
Romeo, al que descubrí en el programa La Mandrágora, era uno de esos apasionados de la literatura (además del cine y del cómic) que sabía contagiar su disfrute, una especialidad no tan sencilla como puede parecer. Hay muchos catadores de literatura que son auténticos muermos y él nunca lo fue. Supo lo que es tenerle respeto al lector. Conocía el ritmo, la estructura, los giros y la cadencia de los buenos articulistas. Me guardaba muchas de sus páginas para recordar lo que recomendaba con un entusiasmo difícil de encontrar en otros muertos vivientes del gremio. Pocas veces se equivocaba Romeo. Y un día desapareció su página y el cultural del Abc me pareció mucho menos interesante.
Dicen que fue un gran comedor, un gran lector, un gran conversador y un gran discutidor, cuatro cualidades que tampoco son baladíes y para las que hay que valer también. Fue, dicen sus conocidos, un gran animador cultural, siempre metido en mil salsas, siempre apoyando a los que empezaban en esto de darle a la tecla.
Ahora me queda hincarle el diente al la literatura que él escribió, no la que recomendó. Sus novelas se llaman Dibujos animados, Discotèque y Amarillo. Descanse en paz.
Estoy impresionado por su desaparición. Una putada.
ResponderEliminarYo le conocía desde niño, aunque desde luego no de forma tan íntima como sus verdaderos amigos, y trabajé con él en el magazine "La Mandrágora"... Fue todo lo que dices y (muchísimo) más.
ResponderEliminarRaúl Acín.