Como cada año, parece que ha habido “fallo” del jurado de San Sebastián. Premio al mejor actor para Pablo Pineda, que se interpreta a sí mismo en una peli llamada Yo, también. La característica que hace diferente a Pineda frente a monstruos de la talla de Robert Duvall o Ricardo Darín, que presentaron en Get Low y El secreto de sus ojos, no es cinematográfica: sufre síndrome de Down.Puede que el trabajo de Pablo sea acojonante, pero me da que han convertido un festival de prestigio en una parroquia. No es para sorprenderse, también los Goya premiaron a un tal “Langui”, minusválido, por hacer de minusválido. Y los Oscar le dieron un premio a la muda Marlee Matlin por hacer de muda. Si unimos el gustito de las academias y jurados por premiar papeles de alcohólico, ciego, parapléjico, mudo, sordo, cojo, manco o bobo, imagínense si además los “actores” lo son realmente.
Y el señor Pineda de bobo no tiene un pelo. Lo descubrí por primera vez en el documental La vida con síndrome de Down (2005), y disfruté entonces de toda su inteligencia, su vehemencia, su lucha, su humor. Puede que el trabajo de Pablo sea la de dios, pero me temo que jugar y ganar en una liga mayor como la de Sanse es un despropósito.
Pineda ha conseguido con este premio lo contrario que él predica: que le tengan lástima, que le perdonen la vida. Mientras un jurado se ha lavado la conciencia y se ha ido a casa entre abucheos pero de un comprometido que te cagas, la gran favorita en San Sebastián, El secreto de sus ojos, está arrasando en Argentina, competirá en los Oscar y va a funcionar bien en España y en otros países.
¿Y quién se acordará entonces de Pablo Pineda? Nadie… excepto los Goya. Me temo.























