martes, mayo 20, 2008

El manuscrito

"Era relativamente pobre en 1950 y no podía permitirme una oficina. Un mediodía, vagabundeado por el campus de la UCLA, me llegó el sonido de un tecleo desde las profundidades y fui a investigar. Con un grito de alegría descubrí que, en efecto, había una sala de mecanografía con máquinas de escribir de alquiler donde por diez centavos la media hora uno podía sentarse y crear sin necesidad de tener una oficina decente".

"Me senté, y tres horas después advertí que me había atrapado una idea, pequeña al principio pero de proporciones gigantescas hacia el final. El concepto era tan absorbente que esa tarde me fue difícil salir del sótano de la biblioteca y tomar el autobús de vuelta a la realidad: mi casa, mi mujer y nuestra pequeña hija".

"No puedo explicarles qué excitante aventura fue, un día tras otro, atacar la máquina de alquiler, meterle monedas de diez centavos, aporrearla como un loco, correr escaleras arriba para ir a buscar más monedas, meterse entre los estantes y volver a salir a toda prisa, sacar libros, escudriñar páginas, respirar el mejor polen del mundo, el polvo de los libros, que desencadena alergias literarias. Luego correr de vuelta abajo con el sonrojo del enamorado, habiendo encontrado una cita aquí, otra allá, que metería o embutiría en mi mito en gestación".

"Yo estaba, como el héroe de Melville, enloquecido por la locura. No podía detenerme. Yo no escribí mi libro, él me escribió a mí. Había una circulación continua de energía que salía de la página y me entraba por lo ojos y recorría mi sistema nervioso antes de salirme por las manos. La máquina de escribir y yo éramos hermanos siameses, unidos por las puntas de los dedos".

"Pronto descubrí que nadie quería mi libro. Entonces un joven de Chicago, escaso de dinero pero visionario, vio mi manuscrito y lo compró por 450 dólares, que era todo lo que tenía. Lo publicaría en la revista que estaba a punto de lanzar. El joven era Hugh Hefner. La revista Playboy, que llegó para escandalizar y mejorar el mundo. El resto es historia".

Esto que acaban de leer es la gestación, en letras de Ray Bradbury, de Fahrenheit 451. Sobre lo visionario de su creadora tarea, el escritor escribe en el mismo texto: “No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe. Si la enseñanza primaria se disuelve y desaparece a través de las grietas y de la ventilación de la clase, ¿quién, después de un tiempo, lo sabrá, o a quién le importará?”.

2 comentarios:

Awake at last dijo...

Dime algo que no sepa...

:-(

Mks.

Leo dijo...

IVAN: Ya lo dijiste tú mismo en el post dedicado a la Vogue-Chacón: Farenheit 451 no está a un palmo de distancia, si no que ya está aquí. Bradbury era un visionario, desde luego.