lunes, enero 19, 2009

Trópico de Capricornio

“Siempre me pareció que estaba destinado a ser la clase de individuo que se está destinado a ser por haber nacido el 25 de diciembre. No nací con un complejo de crucifixión. Es decir, para ser precisos, que nací fanático. ¡Fanático! Recuerdo que desde la más tierna infancia me espetaban esa palabra. Sobre todo, mis padres. ¿Qué es un fanático? Alguien que cree con pasión y actúa desesperadamente en función de lo que cree. Creía… ¡y el resto del mundo no! (…) Se debe a un exceso de entusiasmo, a un deseo apasionado de abrazar a la gente, de mostrarles tu amor. Cuando más tiendes los brazos hacia el mundo, más se retira. Nadie quiere amor auténtico, odio auténtico. Nadie quiere que metas la mano en sus sagradas entrañas. ¡Prohibido pisar el césped! Ése es el lema de acuerdo con el cual vive la gente”.

Este es un fragmento de ‘Trópico de Capricornio’. Hace muchos años que quería hincarle el diente a Henry Miller, pero no veía el momento. Puede que la primera vez que oí hablar de él fuese en El cabo del miedo, que vi en los cines Avenida (hoy Renoir) de Bilbao. Max Cady hablaba en aquella excesiva cinta de Scorsese de sus novelas ‘Nexus’ y ‘Plexus’. ¡Abogaaaaadoooo!

Después de leer sobre su influencia en Bukowski y otros muchos macarras literarios, me hice, por fin, con ‘Trópico de Capricornio’, a dos euros y en un puesto de esos gitanos que los domingos gritan “¡No se puede salir sin bragas a la calle, señoras!” frente a las torres KIO. Miller, en mi caso, nunca formó parte de aquellos primeros libros del mercadillo de la plaza de San Antonio, en Santoña, que me cambiaron y cambiaron a los míos, a aquellos “buenos camaradas que no miraban ni hacia arriba ni hacia abajo sino al frente, con los ojos siempre fijos en el horizonte y satisfechos de lo que veían”.

La novela me enganchó desde el principio, por su rico lenguaje, su valor poético y su rabia. No me costó verme reflejado en páginas en las que podía leer: “Espíritus inquietos, pero no aventureros. Espíritus agonizantes, incapaces de vivir en el presente. Vergonzosos cobardes, todos ellos, yo incluido. Pues sólo existe una gran aventura y es hacia dentro, hacia uno mismo, y para ésa ni el tiempo ni el espacio ni los actos, siquiera, importan”. Mientras otros conocidos míos miran hacia fuera, se proyectan en quién sabe qué cambios, qué viajes, qué proyectos, qué trabajos o qué historias, yo, como el caracol, me meto cada vez más “padentro”.

Otro ejemplo de novela que te refleja, te describe: “Siempre me asombraba la facilidad con que la gente se enfurecía con sólo oírme hablar. Quizá mi forma de hablar fuera algo extravagante, si bien ocurría con frecuencia cuando hacía los mayores esfuerzos para contenerme. (…) Si me mostraba modesto y humilde, por ejemplo, en ese caso resultaba demasiado modesto, demasiado humilde. Si me mostraba alegre y espontáneo, audaz y temerario, en ese caso resultaba demasiado franco, demasiado alegre”.

Uno de los puntales de la novela es el trabajo, que el protagonista busca sin pasión, como dándole todo por saco, en un Nueva York deshumanizado y putrefacto: “No era un buen lameculos. Eso me marcaba, indudablemente. Cuando solicitaba trabajo, notaban al instante que me importaba un comino que me lo dieran o no”. Al final, el tipo apellidado Miller acaba de jefe de personal, puesto que los hijos de puta actuales llaman “Responsable de recursos humanos”. Y lo que desfila por su despacho es digno de leer, amigos. Un descojono. Desolador.

Lo que más valoro de ‘Trópico de Capricornio’ es su patada en los bajos a la citada Nueva York, los Estados Unidos, el sueño americano, el continente entero, el hoy, porque sigue siendo actual, muy vigente. Dice Miller: “Pienso en todas las calles de América combinadas y como formando una enrome letrina, una letrina del espíritu en que todo se ve aspirado hacia abajo, drenado y convertido en mierda eterna. (…) Yo era una sola entidad en medio de la mayor francachela de riqueza y felicidad (riqueza estadística, felicidad estadística), pero nunca conocí a un hombre que fuera verdaderamente rico ni verdaderamente feliz. (…) América es pacifista y caníbal. Por fuera parece un hermoso panal de miel, con todos los abejones arrastrándose unos sobre otros y trabajando frenéticamente; por dentro es un matadero, en que cada hombre acaba con su vecino y le chupa el tuétano de los huesos. (…) El sistema entero estaba tan podrido, era tan inhumano, tas asqueroso, tan irremediablemente corrompido…”.

En la página 183, de 279, he abandonado el libro. Me han superado sus incursiones en el surrealismo, en su mareante y egoísta ebriedad verbal. Parecía, y mi amigo NAPALM lo certificó, que Burrougs lo había sustituido en el meneo de la máquina de escribir mientras Henry se tiraba a una tía en el Village. O ella se lo tiraba a él. Lo he cerrado y guardado junto a Plexus, que me acaba de regalar Bosco tras comprarlo en el mismo mercadillo gitano de Plaza Castilla. Nos volveremos a encontrar.

Escrito el sábado 17 de enero de 2009.

11 comentarios:

especies dijo...

A mí me encanta Henry Miller, aunque entiendo muy bien que astrague. No es para leer dos libros suyos seguidos.

IVAN REGUERA dijo...

Especies: Su talento es inmenso, pero su egosimo con el lector es más grande aun. Lo retomaré seguro.

especies dijo...

Hazlo. Me encanta cuando cuenta qué botellas de vino blanco y qué ostras se tomaba con sus amigos en Francia, por tres pesetas. Me hace recordar algo que no he hecho. Y me acuerdo de eso casi siempre que abro una botella de vino blanco fresquita. Qué maravilla.

Anónimo dijo...

Como hombre siempre desmesurado, como escritor menos honesto que otros coetáneos, Miller es un puntal de hoy en literatura. Yo lo leí hace tiempo (los dos Trópicos y Sexus), no en balde Scorsese sacó uno de los dos trópicos en "Jo, qué noche", esquematizando así el estado mental del protagonista en un momento grande.

IVAN REGUERA dijo...

Especies: Qué interesante su etapa franchute.

Dani: ¡¡Es verdad!! Era 'Trópico de cáncer', que leía el prota. Grandioso Griffin Dune. Gracias por recordarlo.

Anónimo dijo...

Pues me das ganas de ponerme a ello, Ivan.
Esos fragmentos en tu blog son potentes (y los entiendo perfectamente)
Creo que voy a vibrar leyendo Tropico de Capricornio. Espero encontrar el MOMENTO (como tu encontraste el tuyo) para hacerlo.

Un abrazo.

lys dijo...

Leer dos libros seguidos de Miller es lo mismo que leer dos libros de Nabokov, aunque con muy diferentes estilos,ambos agotan la mente con su talento y verborrea. Fascinan pero hay que tomarlos en dosis. Por lo menos yo.

Un saludo Ivan

Awake at last dijo...

Ay, Walter, casi me gusta más lo que lees que lo que escribes, XD

Mks.

Tarquin Winot dijo...

Lo he intentado un par de veces con "Trópico de cáncer", pero.......

De los pocos miembros que tengo en el club de los libros abandonados a su suerte. Quien sabe, quizás algun día......

ROSA ALIAGA dijo...

me ha encantado leer tu entrada

Anónimo dijo...
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