

Quiero confesar algo, padre. Cuando leo en algún diario católico las declaraciones de esas familias de Colón, les deseo algo muy concreto: que alguna de sus hijas le salga tortillera o que alguno de sus hijos le salga homo, cosa no muy descabellada, habida cuenta de que los armarios se están quedando más vacíos que los burdeles en tiempo de crisis. Verás que remanso de verdad, amor y paz iban a vivir en casa, me digo para mis ateos adentros.
El pasado fin de semana, una de estas familias comentaba, en el ABC, que “en la familia se encuentra el apoyo y la comunión. Hay que manifestar a la gente la Verdad y anunciar a Jesucristo”. Bonito, ¿no? Paz, amor, apoyo, verdad… Cojonudo. Poco más tarde, la retrofamily suelta que entre los problemas más grandes de esta “institución” se encuentra “la falta de respeto hacia la vida, el echo de considerar matrimonio a ‘cosas’ que nada tiene que ver con él, el divorcio exprés”… “Estas formas de ver la vida traen cosas como la eutanasia”.
No falla. Resulta que detrás de tanta serenidad, amor, verdad, y Jesusito de mi vida se esconde lo que se esconde, como en las sotanas: las vergüenzas.
Escrito el 28 de diciembre de 2008.
Mulligan está en la fila del fondo. Es el primero desde la izquierda.
Nota: Seguro que hoy no es un buen día para mi amigo Israel Nava.
Hay que tenerlos cuadrados para hacer una peli basándose en esta idea (inspirada en artículos de Saturday Evening Post). Y el caso es que el film sale muy bien parado. Hace años que no contemplaba algo tan raro como ver al héroe descubriendo una pieza de plomo escondida en las entrañas de un pollo para que pese más y dándole dos galletazos a un carnicero corrompido. Red hace lo mismo con un encargado de gasolinera, con camioneros y con peces gordos podridos hasta el tuétano.
Lo grandioso de Un gran tipo es que sus villanos no son esos potentados mafiosos a los que el propio Cagney tan bien encarnó, sino hombres corrientes y molientes que adoptan la corrupción y el timo, el robo a pequeña escala, como algo inocente, normal y aceptado o debidamente disimulado por su sociedad.
Y al seguir gozando del film te das cuenta de lo insólito de la apuesta. La película, en apariencia puro cine de evasión, carne de programa doble, entra de lleno en temas como, por ejemplo, la inmoralidad del consumo irresponsable. Cuando la novia de Cagney se compra un caro y llamativo sombrero en tiempos de crisis, él la recrimina con estas palabras: “En España ha estallado una guerra civil y tú te compras… eso”. Como respuesta, ella se niega a ser invitada al Ritz por él, que acaba de ser ascendido, y le obliga a comer juntos en un comedor social. Chica lista.
Dos de las escenas más memorables del film se desarrollan en un sofá. Los dos tortolitos hablan de su amor y de su futuro y, de repente, un encargado les pregunta si el sofá les gusta. El plano se abre. Están en el escaparate de un centro comercial. ¡En un film de 1936!
Al final, el bien triunfa -recordemos que El gran tipo es carne de programa doble-, pero lo hace con arrojo: Cagney, con la complicidad de un íntegro jefe de policía, le pega un memorable palizón a uno de los peces gordos responsables de la corrupción en la ciudad. Tras esta tunda, el héroe le regala un anillo a su chica, que le pregunta, con sospechas, cómo se ha permitido ese lujo. ¿Habrá caído Cagney en la tentación del dinero fácil? Su respuesta es memorable: “Lo he comprado a plazos”. Es decir: soy un don nadie más, y a mucha honra.
Aconsejo ver El gran tipo porque es un film que nos recuerda que una sociedad plagada de Cachulis y Roldanes en miniatura es una sociedad podrida. Cuando una comunidad se instala en el trapicheo o el robo, cuando los hombres se dan palmaditas por haber chorizado, aunque sea a pequeña escala, cuando vemos normal pedir de más por nuestros servicios para trincar algo extra, hace falta un gran tipo como Red. Para que nos de dos galletas bien dadas y nos ponga firmes.