
Lo he escrito y lo repito: seguimos viviendo bajo el control de los ofendidos (las asociaciones), que han sustituido en el poder a esos grupos religiosos que bastante daño hicieron a la ficción durante décadas. En España y en otros países cada poco tiempo alguna asociación se queja ante la “ofensa” de un film porque contiene sexo o violencia. Ante estos ataques nos enfrentamos a algo gravísimo: los cineastas se lo piensan antes de arriesgarse a ofender a sexos, razas, religiones o ideologías. Por eso las películas cada vez son más amables, dóciles y mansas.
Seguimos lanzando cortinas de humo contra la ficción (de buen o pésimo gusto, ese es otro debate) pero nada hacemos contra lo que a muchos nos ofende y vemos de juzgado de guardia: el teletimo, la telebasura, la política basura, el trabajo basura, el consumo basura, la estafa legalizada o la imparable propagación de valores repugnantes. Eso que las fiscalías y las asociaciones no tocan por razones que desconozco pero sospecho. Seguimos perdiendo el tiempo con la pobre ficción cuando no tenemos ni puta idea de comprender, confrontar o corregir la realidad.
Y el que pagará todo esto es el cine, los cineastas, los espectadores y la libertad. Pauline Kael hizo en los setenta un diagnóstico sobre el cine que todavía sigue vivo: “Estamos presenciando la llegada de un nuevo puritanismo cultural, la gente quiere cosas inofensivas, encantadoras o se conforma con la sobriedad impostada.”
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