Días más tarde también estuve de gintonics con mi amigo Manolo (vamos a llamarle así), redactor en una revista de generosa tirada. En el segundo cacharro me dijo: “Reguera, a nuestra edad, y tal y como veo nuestros oficios, he llegado a la triste conclusión de que nunca tendremos pasta. Lo que se dice PASTA”. Parece una frivolidad, pero me dio pena escuchar eso. Primero porque tenía razón y segundo porque Manolo tiene talento, mucho más que decenas de mediocres juntaletras, dueños o gestores de medios de comunicación, de mandamases, de trincadores, de enchufados, de señoritos y de chupapollas. Pero lo que Manolo no tiene, y por eso está donde está, como yo, es la necesidad de hablar de pasta, de lucirla, de moverla, de multiplicarla, de enseñarla, de buscarla, de olerla, de rastrearla, de hablar siempre de ella.
Conozco a camareros, a teleoperadores o a seguratas con talento, me relaciono con gente que se gana la vida con la prensa, la publicidad o la tele con talento. Están por debajo. Su sociedad les ha puesto por debajo de la concejala de cultura que estaba en las listas de la derecha. Aunque da igual si estaba en las de la izquierda, el centro, los transversales o los colaterales. Me la suda. Hemos regalado el país a los seres más insignificantes haciendo de nuestro país un lugar insignificante.
Volví al pueblo donde me emborraché con Paulo. Y volví a dormir la borrachera en la casa de mis pares. Ellos tienen un vecino. Es fontanero. Está prejubilado. Tiene tres hijos en paro. Y tiene cáncer. Y se acaba de comprar un Mercedes que cuesta diez millones de las antiguas pesetas. Y todavía hay gente que cree que de esta salimos.
1 comentario:
Tenemos mitificada a la "democracia", y tiene su lado oscuro, el cual es que no siempre llegan los más cualificados a los puestos de responsabilidad. En la empresa privada tambien se dá, pero con menos frecuencia que en el sector público.
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