Hace tiempo coincidí con mi hermano en que Philip Roth puede dar mucha pereza. Todo ese rollo del viejo verde, el judío intelectual en erección crepuscular, la decrepitud, la pitopausia y el cáncer puede llegar a cansar. Abrí El animal moribundo con todos esos prejuicios, pero la novela, corta y contundente, me ha gustado.
No es un relato
con grandes pretensiones estilísticas y a veces divaga en materias ensayísticas,
pero el libro te trinca y no te suelta por dos temas medulares: el sexo y la
muerte, Eros y Tánatos. Eros está representado por la joven Consuelo Castillo y
Tánatos por David Kepesh, crítico cultural acostumbrado a acostarse con alumnas
y alter ego de Roth. Luego todo se mezcla.
Pero no son las
honestas descripciones sexuales (a veces francamente desagradables) o las reflexiones
sobre la vejez devastadora (tema recurrente en el anciano Roth) lo mejor de
este librito. Cuando más he disfrutado es cuando Roth cuestiona, con la figura
del hijo del protagonista como ejemplo, las relaciones de pareja. Como Roth,
siempre he pensado que vivir sin tratos ni contratos no es antinatural. Nos han
dicho que el maridaje perpetuo es lo normal y que lo antinatural es lo otro, la
soledad, la intimidad. Y nos lo hemos tragado. Así, El animal moribundo es, entre otras cosas, una novela sobre un
padre chingón y un hijo conservador a la fuerza, un retoño podado demasiado
pronto por culpa de la apuesta de libertad sexual de su progenitor. El mundo al
revés. Muy buena idea.
Roth habla del
INFANTILISMO DEL EMPAREJAMIENTO: “La vida familiar es infantil. La vida de pareja
y la vida familiar hacen que aflore cuanto hay de infantil en cada uno de los
involucrados. ¿Por qué en la misma cama una noche tras otra? ¿Por qué tienen
que hablarse por teléfono cinco veces al día? ¿Por qué han de estar siempre
juntos? La deferencia forzada es infantil. Una deferencia contra natura”.
Y la libertad.
Clave en la vida y obra de Roth. Él lo llama SOBERANÍA PERSONAL. Dice sobre su
hijo: “Conozco todas las etiquetas admirables a las que uno puede recurrir
cuando no afirma su soberanía. La dificultad es que debe ser admirable a
cualquier precio. Vive temeroso de que la mujer le diga que no lo es. EGOISTA
es la palabra que lo deja baldado. ERES UN CABRÓN EGOÍSTA. Ese juicio le
aterra, y ello hace que sea el juicio que le rige”. No se la pierdan. Escrito
el martes 30 de octubre de 2012.
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