miércoles, noviembre 13, 2013
miércoles, octubre 30, 2013
lunes, agosto 19, 2013
La cultura, ese invento del gobierno
Así tituló Rafael Sánchez
Ferlosio un artículo en 1984. Un cuarto de siglo después, con la segunda
victoria del PP, intelectuales ligados al PSOE clamaron por que no desapareciera el
Ministerio de Cultura (un rumor) porque para ellos el Estado siempre ha sido
igual a industria cultural. En el fondo, en ese grito de alarma se escondía la
necesidad de salvar un status quo diseñado por ellos mismos y amparado durante
décadas.
Un ensayo muy comentado en la
red es el libro colectivo ‘CT o la Cultura de la Transición’ (2012). La CT es un término acuñado por Guillem Martínez para nombrar la cultura
hegemónica en España en los últimos 35 años. Su tesis: en los setenta, el país
vive la adhesión sin aristas de la izquierda al nuevo poder surgido de la
transición, es testigo de la creación de un mundo cultural pautado, un tapón
cultural que ha convertido a miles de artistas en marginales y a unos pocos en
oficiales.
La relación es la siguiente:
la cultura no se mete en política salvo para dar la razón al Estado y éste no
se mete en cultura salvo para subvencionarla, premiarla y darle honores. El
resto es lo problemático, lo marginal. Lo que está cerca de la CT (y sus festivales, museos, universidades, revistas,
televisiones, emisoras, productoras o editoriales) es aceptado porque es DE LOS
SUYOS. Lo que está lejos NO ES CULTURA, no hay que tomarlo EN SERIO.
Así, el Estado es el motor de
la cultura, que es vertical y no horizontal. Así, la cultura forma parte del
proyecto político del Estado o de los reyezuelos de las taifas autonómicas
(véase las CT vasca, catalana, gallega, andaluza o valenciana, de las que casi nada
se habla en el libro). El gusto cultural y lo culturalmente correcto lo decide
el Estado, que genera una cultura servil. El éxito en España, como escribe
Guillemo Zapata, es un mecanismo en el que las esferas de la empresa, la
cultura, la política y los medios se entremezclan. Y se crean para ello lugares
de éxito: portada de El País, película con todos los Goya, la gira musical del
año…
Este ensayo tiene muy pocos
referentes porque pocos se han atrevido a indagar hasta la fecha en el asunto.
Y ha sido o por miedo o por rechazo, porque muchos creerán que no hay tal CT.
Puede que el mejor referente sea Sánchez Ferlosio, de los primeros en denunciar
una cultura domada por el Estado. La desactivación de la cultura fue especialmente
escandalosa en el referéndum de la OTAN, donde pocos intelectuales cuestionaron el bandazo ideológico
de Felipe González, aquel presidente enrollado que invitaba a la bodeguilla a
Umbral, a Miguel Ángel Aguilar, a Javier Pradera, a Coll, a Aute, a Teddy
Bautista y a Ramoncín. Ellos fueron los cruzados de la CT y a ellos se les unieron Caro Baroja, Chillida,
Antonio López, Semprún, Juan Cueto, Marsé, Goytisolo, Pombo, De Villena, Sancho
Gracia, Panero…
Fueron los años en los que a
Javier Krahe, del que también se olvidan en el libro, le cortaron el micrófono
EN DIRECTO mientras cantaba la canción anti-Felipe Cuervo Ingenuo. “Tú actuar radicalmente, Tú detener por
diez días, En negras comisarías, Donde mal trato es frecuente”. Pocos en esa época fueron tan osados y pocos como él
fueron tan marginados. Loquillo sufrió algo análogo aunque menos feroz con Ojos vendados, un tema censurado que
también denunciaba torturas en comisarías. España era una fiesta, y quien la
aguara lo pagaba caro.
Puede que hoy la
globalización y la red (esa red que la Ley Sinde, que es pura CT, quiso amputar) estén logrando, poco a poco, que la
cultura cambie de vertical a horizontal. Al menos lo deseo. Revistas, libros,
discos o películas CT han dejado de venderse, de influir, de tener legitimidad.
Puede que el capitalismo global se haya cargado la aberrante excepción española.
No comparto todas sus tesis,
pero ‘CT o la Cultura de la Transición’ es un libro que hay que leer. Es un trabajo
demasiado ambicioso y pretencioso, pero necesario por lo que se plantea. Se
equivoca en algunas salidas de tiesto (como comparar España con Corea del
Norte) y en dar al 15 M una importancia que no tiene, pero el suyo es un
debate que muchos echábamos en falta. Gracias. Escrito el sábado 17 de agosto de 2013.
viernes, agosto 09, 2013
A medianoche
En España no andamos muy sobraos
de actores de raza. O a los veteranos los hemos perdido, o los hay pero sin
suerte, sustituidos por actores mediocres, modelos, chistosos de la tele o
famosillos de tercera.
Y entonces pasa. Muy de vez en
cuando. Y vuelves a disfrutar de un animal sobre el escenario. Me ha pasado en
A medianoche, que se presenta como “comedia romántica”, pero va más allá del
cliché: es cañera, con un tono atrevido y descarnado, nada que ver con los
lugares comunes de las comedietas vodevilescas o los musicales comerciales.
El trabajo que hace Iñaki Font (junto
a Itziar Atienza, que en momentos hasta se desocojona viva ante las salidas de
tiesto de Font) es realmente bueno. Hasta ahora solo había juzgado su trabajo
en cine, y la verdad es que en un escenario el tío también impone. Tanto él
como Atienza se pegan una considerable paliza, y son noventa minutos que no se
hacen largos. Y lo logran sosteniendo solitos todo el andamiaje, respaldado por
mínimos elementos de escenografía y algún efecto sonoro.
La cachondísima obra, un éxito del festival de Edimburgo, es
la confesión personal de un escritor y músico frustrado que a los 35 años se
siente acabado y de Helena, abogada matrimonialista igual de frustrada. Los dos
narran al público, cara a cara, lo que les sucedió la noche en la que se
conocieron y el resto de todo un disparatado fin de semana. Y no solo nos lo
cuentan, también representan a personajes episódicos, y a veces ella hace de
ellos y él de ellas.
Debo confesar que en los primeros
minutos tuve la sensación de que todo ese bla, bla, bla, ese cara a cara, esa
desnudez escenográfica, iba a ser insostenible durante hora y media, pero el
resultado es pura diversión y también una buena dosis de melancolía. Y todo
acompañado de canciones que Itziar e Iñaki, que no son cantantes, interpretan
muy dignamente. Por verles, y sobre todo por alucinar con un actor con tremenda
vis cómica, generoso y espontáneo, merece la pena A medianoche. Y dense vida,
que están en el Maravillas hasta el 1 de septiembre.
domingo, julio 07, 2013
Estados de ánimo
Ir a la Cineteca del Matadero es toda una experiencia, mezcla de reunión pedante con unión ante la adversidad. En ese ambiente se palpa que el cine como lo conocimos se ha ido al carajo, pero también que no se va a dejar de hacer cine. Quién me iba a decir a mí, que fundé mi revistilla para cinéfilos y estudié con ilusión en la Escuela de cine, que vendrían tan mal dadas, que hasta la casta peliculera las pasaría putas.
Una de las películas que vi en el Matadero fue Los Ilusos, de Jonás Trueba, hijo de un miembro de la citada casta. La película no me disgustó a pesar de tener momentos ridículos y pedantorros, y no me desagradó porque de vuelta a casa pensé: este ocioso hijo de papá ha rodado lo que se le ha puesto de los cojones. Y encima ha logrado una peliculita honesta sobre la necesidad de hacer cine, sobre aburrirse (hay que tenerlos cuadrados) y sobre la amistad entre unos perdidos culturetillas.
También pensé que estamos asistiendo a la creación y proyección (donde les dejan) de estados de ánimo más que películas. De diarios personales, de anotaciones, de esbozos, de reflexiones libres y anárquicas, de ajustes de cuentas, más que de películas tradicionales.
Como ajuste de cuentas familiar es Carmina o Revienta, también proyectada en el Matadero. Una película ramplona, extraña, descojonante pero a la vez desagradable, privada pero a la vez tan española, sin un guión cerrado, dando rienda suelta a la improvisación de dos grandes actrices como la hermana y la mamá de Paco León, que rodó todo en menos de dos semanas y sin ninguna ayuda oficial. Claro que de pasta anda sobrado el amigo.
Las dos películas, y otras que están y que vendrán, son obras sin una tesis, sin una arquitectura de guión tradicional. Son estados de ánimo. Es cine hecho sin pensar demasiado o nada en el público, cine hecho por necesidad. Para ellos. Y este nuevo cine no sé si será realmente nuevo, pero sí que será tan extraño, idiota, valiente, raro, malo, único, patético, eterno y olvidable como un diario personal, una carta o un blog. Y entre todo ese cine inabarcable algún día saldrá también algo absolutamente genial. O eso deseo.
Como me recordaba David Yáñez Barroso, fue Chris Marker quien dijo que ya "poseemos los medios para una nueva forma de hacer cine íntima, solitaria. El proceso de hacer películas en comunión con uno mismo ahora no solo tiene que ser experimental”. Estas palabras tienen que ver con las películas como estados de ánimo.
El off cinema que se está gestando en España es un cine que tenemos que ver y hacer. Además de Los ilusos y de Carmina o revienta, vendrán otras mejores o peores y algunas acabarán fascinando a unos cuantos pocos ilusos que no queremos renunciar a sorprendernos. Escrito el 4 y 7 de julio de 2013.
viernes, mayo 17, 2013
Maupassant esencial
La primera vez que oí hablar de Guy de Maupassant fue por su relación con La dirigencia de John Ford, inspirada en su maravilloso relato Bola de sebo, mi favorito. El magistral guión obviaba el conflicto sexual y se centraba en el social. Años más tarde, y gracias al periodista Manuel Hidalgo, me animé a empezar con él, concretamente con sus relatos reunidos por Debolsillo en ‘Cuentos esenciales’. Ha merecido mucho la pena. Maupassant es un tipo brillante e imaginativo, un maestro del relato breve con una muy merecida fama.
Me fascina su universalidad. Muchos de sus relatos, ambientados a finales del XIX, son hoy perfectamente adaptables al cine porque valen para cualquier época. La mediocridad del burgués o el funcionario, la brutalidad del campesino, el embuste religioso (a los curas los llama “violadores de almas”), la crueldad con los animales, los fantasmas, la muerte, la locura, la guerra, la amistad, el sexo, los celos o el amor lícito e ilegal (“El amor legal mira siempre por encima del hombro a su libre hermano”) son sus temas preferidos.
Así describe, por ejemplo, a un burgués: “En vez de la distinción que no poseen, hacen gala de una dignidad fuera de lugar. Sus caras inquietas y tristes reflejaban también las preocupaciones domésticas, la continua necesidad de dinero, las antiguas esperanzas definitivamente defraudadas; pues todos pertenecían a ese ejército de pobres diablos agotados”.
Así describe, por ejemplo, a un marido: “No era inteligente. Hablaba de un modo tajante, expresando pareceres que cortaban como cuchillos. Se notaba que su mente estaba llena de ideas preconcebidas. No dudaba nunca, tenía acerca de todo una opinión inmediata y limitada, sin vacilar nunca ni comprender que podría existir otra manera de ver las cosas”.
Nervioso,
demente, acosado por un pánico hereditario, Maupassant contrajo la sífilis,
intentó suicidarse degollándose y murió finalmente en la clínica parisina de un tal Doctor Blanche.
En uno de sus relatos dice: “El mundo
está envejeciendo. Se comienza a ver claro, y la gente no se resigna. Hoy
sucede con el destino lo mismo que con el gobierno; sabemos de qué se trata;
comprobamos que se nos engaña por todas partes, y dejamos este mundo”.
miércoles, febrero 27, 2013
Veintidós palabras
Toni Cantó sí es de esos juntacaracteres porque es un actor afectado que se ha pasado a la política. Como Reagan. Un político mediocre al que nuestra cámara de representantes no le queda grande porque está plagada de medianías como él. O como Gorriarán, compañero de Toni en UPyD y que puede despachar, en pleno curro, quince o veinticinco tweets. Y encima pobres y algunos faltones, vulgaridades de un hombre tremendamente vulgar.
Dicho esto, creo, y me incluyo, que nos hemos pasado cien pueblos con el pobre Toni. Y se han dicho de él auténticas barbaridades que no vienen a cuento. Sin medida, con saña, con esa cólera tan típicamente española. Y todo porque Toni es un político anodino porque no sabe respetar su cargo, ni los tiempos, ni el medio, ni el mensaje, ni nada. No se puede, porque es un disparate, resumir en veintidós palabras un tema tan grave como el de la llamada violencia de género o doméstica. Si Toni no fuese un insensato, hubiese recordado con más palabras y caracteres lo que sencillamente reza el programa de su partido en su punto 301: “Supresión de los juzgados especializados en violencia de género como tales, devolviendo al ámbito de la jurisdicción civil y penal estos asuntos y aprovechando la existencia de dichos juzgados y los medios personales y materiales con que cuentan para reforzar las necesidades de la planta judicial”. A mí me parece muy atinado. ¿Por qué no empezó por ahí y luego lo desarrolló?
Y explicas, con tiempo, calma y datos, que la violencia no es cuestión de géneros, sino violencia A SECAS. O que la Ley de Violencia de Género es un desbarro políticamente correcto, la típica perogrullada sociata. Podría Toni haber recordado que con esta ley quien tiene que demostrar que no es culpable es EL PROPIO ACUSADO. Podría Toni haber hablado de las mujeres maltratadoras a las que, por ridículos orgullos machistas, los hombres no denuncian. Que existen denuncias falsas, que a muchísimos padres se les aparta de sus hijos por el vergonzoso trato de favor hacia las madres en los divorcios. Que sigue habiendo miles de hombres a los que les quitan la custodia de los niños por ser hombres.
Podría Toni haber escrito sobre eufemismos legales como la "insuficiencia probatoria" o sobre partes de lesiones sin lesiones, o sobre tíos que han pasado la noche en calabozos por burdas mentiras. Sería lo suyo, porque el tema lo merece. Y hacerlo con calma, con vehemencia, con datos, con información, con asesores, con consejeros… ¡Que es usted un diputado del Congreso, buen hombre!
Pero no, Toni se limitó a las absurdas reglas de Twitter y lo resumió todo en veintidós palabras. Y así le va. A él y, en consecuencia, a su partido.
Nota: gracias a mis amigos de Facebook (qué paradoja) por sus aportaciones. Escrito la noche del martes 26 de febrero de 2013.
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