
El trabajo del productor, del guionista, del director, de los actores y de los técnicos depende de las reacciones y los gustos de unos turistas en Las Vegas, tipos con el absurdo don de juzgar trabajos que han tardado meses o años en levantarse. ¿Merece la pena trabajar en una industria así?
La pregunta vale sobre todo para España, país con una industria televisiva vieja, conservadora y vulgar. Si alguien quiere hacer algo osado o de calidad en nuestra tele lo lógico es que se desengañe pronto. Lo que le van a pedir no son esas grandes series que se baja por Internet y nadie emite en España. Lo que le van a pedir es chabacanería, sainete y culebrón. Y no sólo porque algunos ejecutivos pidan sólo ese material de deshecho, sino porque a muchos televidentes LES ENCANTA esa televisión, les hechizan los giros del culebrón guerracivilesco de la tarde, lo divertidísima que es Aída con flatulencias, los chicos descamisados de El barco o lo tronchante que fue el monólogo de Pepe Gonorrea sobre ligar mientras paseas al perro. El problema no sólo está en los despachos de las cadenas, está también en los bares y en las salas de estar.
Y lo que más hay, más que mal gusto y mezquindad, es miedo. A lo nuevo, a probar, a cambiar, a fallar. Mucho miedo. Se lo leí hace poco a David Milch, creador de la prestigiosa serie Deadwood, en el libro Writing The Tv Drama Series: “Si un equipo funciona a partir del miedo, de la desconfianza hacia el público o hacia las personas responsables del trabajo, todo eso se refleja en el contenido del material". Qué gran verdad. Escrito el domingo 27 de noviembre de 2011.
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