lunes, agosto 29, 2005

LIBRE

Sábado. Seis de la mañana. Apa y yo, cargaditos de cubatas y tras una larga y fructífera conversación sobre la vigencia de 1984 y el Gran Hermano sobre diferentes barras (así de raritos somos, oiga) pedimos un taxi a la altura de Tribunal. Vemos uno con el cartelito de “libre”. Nos para un tipo de unos 50 años, canoso, de cara larga y seria.

Taxista: ¿A dónde?
Apa: A ver… Vamos a Tetuán y a Pio XII. ¿Qué viene bien primero?
T: Tetuán.
Yo: Venga, pues Tetuán.

El tipo baja la bandera y se dirige a mi barrio. De fondo, en la radio, escuchamos a una locutora que está describiendo el mundo de la adopción de niños del tercer mundo. Su voz es tan sumamente empalagosa y falsa (con un tonillo beato insufrible) que empezamos a descojonarnos de ella. Yo, muerto de risa pero algo preocupado por poder ofender al conductor, miro al susodicho de vez en cuando por el espejo del taxi. Nada, impasible. Apa, en cambio, se apoltrona y lo flipa con lo que escucha.

Locutora: El milagro de la adopción, la mirada de un niño, con ojos que buscan amor verdadero, una llama de cariño…
A: ¿De donde habrá salido esta tiparraca?
Yo: A saber…

De repente, a los cinco minutos, el taxista silencioso suelta:

Taxista: Si es que es para matarla... ¡Es absolutamente insufrible la jodida!

Los dos, sorprendidos, nos partimos de risa otra vez.

A: Y que lo diga, jefe.
Yo: Es de lo peor que he oído en la vida. Es como del Opus…
T: ¡Es que además es tonta, una ignorante profunda!

Llegamos a Tetuán, me despido y me bajo. Al llegar a casa, casi entrando en la cama, me llama Apa. Al principio me asusto.

Yo: ¿Qué pasa?
A: Tronco… No sabes lo que ha pasado…
Yo (todavía asustado): ¿¿Qué??
A: Que el tío ha seguido despotricando y ha acabado parando el taxi.
Yo: ¿Qué me dices?
A: Lo que oyes. Ha aparcado, ha parado el taxímetro, se ha dado la vuelta y me ha dado la mano diciendo: “¡Llevo días escuchando a esta hija de puta y la gente a la que llevo no me decía nada, les parecía normal! Vosotros sois dos tipos que merece la pena llevar. He utilizado el programa para probar a la gente, pero a todos les parecía uno más, algo escuchable… Gracias, de verdad”.
Yo: Ay mi madre.

El hombre se sentía libre de decir en voz alta lo que se había reprimido durante días y días en su extraña y particular prueba sociológica.

A: Estamos acabados, Iván. El mundo está fatal.

Las carcajadas duraron casi dos minutos de reloj. Cuando colgamos, pensé en este heredero del nihilista Travis de Taxi Driver y me dije una vez más que coger taxis en Madrid a ciertas horas es una experiencia trascendental. Sólo por que ocurra, merece la pena salir.

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