Me chocó ver el cadáver de Saramago embutido en inmaculadas gasitas bordadas y sobre un dorado altar funerario digno de Napoleón Bonaparte. No fui un gran admirador suyo. El único de sus libros que realmente me cautivó fue ‘El evangelio según Jesucristo’, novela inteligente que apuntaló mi agnosticismo hace ya bastantes años.
Ha habido coherencia al celebrar su funeral civilmente en el Ayuntamiento de Lisboa, pero la dimensión del sepelio, digno de un jefe de estado, tiene muy poco que ver con un leninista, militante del partido comunista desde 1969 y simpatizante de pájaros como Fidel Castro.
Tampoco tiene nada que ver con él un avión C-295 de la fuerza aérea portuguesa para trasportar su féretro, ni el derroche de la ceremonia, ni las visitas (pagadas con nuestros impuestos) de la insigne Sinde o la prestigiosa De la Vega.
En contra de todas estas solemnidades, tan absurdamente humanas, siempre preferiré a los escritores que la palman y se hacen enterrar en el jardín de su casa. Si es que tienen el lujo de tener jardín, claro.
Escrito el domingo 20 de junio de 2010.
lunes, junio 21, 2010
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2 comentarios:
Aaaamén, rei.
Mks.
Vil.
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