“EL señor Wilder no debe agitar bajo la nariz del señor Chandler ni señalar en su dirección con el delgado bastón de Malaca que el señor Wilder tiene costumbre de manipular mientras trabaja. El señor Wilder no debe dar al señor Chandler órdenes de naturaleza arbitraria o personal como “Ray, ¿quiere abrir esa ventana?” o “Ray, ¿quiere cerrar esa puerta, por favor?”. Este es un fragmento de la agresiva carta en papel amarillo que el mítico novelista Raymond Chandler mandó a los jefes de la Paramount para quejarse de las barrabasadas que le hacía el no menos mítico Billy Wilder mientras escribían el guión de la magistral Perdición (Double Indemnity).
Además de lo que transcribo, Chandler pedía que el director de cerrado acento alemán -que no limó jamás- dejara de moverse constantemente por el despacho, que se cortase a la hora de hablar con “tantas chicas” por teléfono, que dejase de llevar puesto su sombrero en el trabajo y, sobre todo, que se abstuviese de beber porque el pobre borracho de Chandler estaba en Alcohólicos Anónimos, como tantos escritores-puta de los Estudios de Hollywood.
Esta tronchante anécdota y otras han sido editadas recientemente por PLOT, que ha publicado por fin en castellano el legendario guión de Perdición, supervisado -también firma el interesante y muy documentado prólogo- por Fernando Trueba.
Sé que en estas páginas escribí que un guión no es una obra literaria propiamente dicha, sino “sólo” una herramienta de trabajo en cine. Lo sigo manteniendo. Para lo que sirve ahora leer el telegráfico y nada literario guión de Wilder y Chandler es para asombrarse y aprender. Para llorar de envidia por la genialidad para escribir diálogos deslumbrantes y para estudiar al detalle cómo se escribe un guión como la copa de un pino.
P: “Hay un límite de velocidad en este estado, señor Neff. Cuarenta y cinco millas por hora. N: ¿A cuánto iba, agente? P: Yo diría que a noventa. N: Supongo que bajará de su motocicleta y me pondrá una multa. P: Creo que por esta vez le dejaré ir con un aviso. N: ¿Y si no hago caso? P: ¿Y si le sacudo en los huesos? N: ¿Y si me echo a llorar sobre su hombro? P: ¿Y si lo intenta sobre el de mi marido? Este es sólo un ejemplo de diálogo entre Barbara Stanwyck (P) y Fred MacMurray (N), cuando él le tira los tejos nada más conocerla.
Alguien me reprochó una vez mi admiración por este tipo de textos con vehemencia realista y sentenciando que nadie hablaba así. ¡¿Y a mí que carajo me importa, hombre?! ¿Para qué tienes a Chandler frente a la máquina de escribir, para ser realista y fiel a un diálogo de ascensor? ¿Por qué hoy en día alguien, si sabe, te escribe algo por el estilo -se logró en Fuego en el cuerpo y Chinatown pero hasta esos tiempos ya son prehistoria- y no hay dios que lo soporte? Algo claramente malo pasa en la actualidad si somos tan cerebrales para no dejarnos llevar por esta música.
Esto dijo Billy sobre Ray: “Un relámpago estallaba en cada página. ¿Cuántas veces puedes leer una descripción de un personaje que dice que “le crecía suficiente pelo dentro de la oreja como para atrapar una polilla” o la que dice que “no hay nada tan vacío como una piscina vacía”?. No hay mucha gente así; y el diálogo era bueno, era agudo”.
No me quiero dejar en el tintero al tercero en discordia: James M. Cain, el autor de la novela (un auto plagio de El cartero siempre llama dos veces) en la que se basa Perdición. La pequeña obra, que Wilder devoró en dos horas, es otro ejemplo -más seco, brusco, directo- de dominio del género. “¿Me quieres todavía? Sabes que sí. Colgué. La amaba como el conejo ama a la culebra. Esa noche hice algo que no había hecho en muchos años. Recé”. También es sólo un ejemplo, pero vale para hacerse una idea.
Releer a Cain, a Chandler o a Wilder y recuperar la película -con música de Miklós Rozsá, fotografía de John F. Seitz y vestuario de Edith Head- es un placer triste por los tiempos perdidos de aquel cine negro de diálogos imposibles pero poéticos, de inspiradas voces en off con sentido, de luces y sombras, de secundarios irrepetibles hoy.
Cuando Perdición se estrenó (el seis de septiembre de 1944) decía la publicidad: “Double Indemnity, las dos palabras más importantes en la industria del cine desde Lirios rotos”. Días más tarde, a Wilder le llegó un telegrama de un tal Alfred Hitchcock. Decía: “Desde Perdición, las dos palabras más importantes son Billy Wilder”.
viernes, abril 08, 2005
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