miércoles, agosto 31, 2011

Líderes a caballo

Mi padre suele llevar el diario El Correo a la playa. Una mañana, leyendo un reportaje, me dijo con sorna: “Esto te va a encantar, hijo”. El reportaje en cuestión, firmado por Guillermo Elejabeitia, se titulaba ‘Líderes a caballo’ y hablaba de una tal Marianne Gómez que decía ser “experta en coaching”. Y más concretamente en coaching con caballos en el club hípico Lauikiniz, oseatelojuro.

La espabilada de Marianne, que ha encontrado mercado camelando a cuatro memos, defiende que conociendo a los caballos sus clientes (entre ellos ejecutivos de Nike, Wolkswagen o General Motors) pueden “reforzar su liderazgo entre la plantilla, crear un buen ambiente laboral”. Es decir; si conoces a un caballo conoces a tu empleado, porque todo se resume en una buena doma. Adiestramiento animal o humana, lo mismo da.

En las clases de Marianne los ejecutivos chorras aprenden a saludar a sus animales (sustitúyase por trabajadores), observan sus reacciones y se ocupan de que tengan lo necesario. Exactamente, dice Marianne, “lo que debe hacer un buen líder en su entorno de trabajo”. Y atención al remate del redactor: “Algo tan simple como lograr que el caballo camine a tu lado sin necesidad de usar una cuerda puede rebelarse muy útil para quienes tiene otras persona a su mando. ‘Si lo llevas atado en corto creas tensión y es imposible que saque lo mejor de sí’, ilustra Marianne”.

Hay que ser muy miserable para hacer negocio con esto, para comparar, sin que se te caiga la cara de vergüenza, hombres con jamelgos. Escrito el lunes 29 de agosto de 2011.

lunes, agosto 29, 2011

martes, agosto 23, 2011

Super 8: El disparate del año

WARNING: Desvelo muchas cosas de la peli, uso indiscriminadamente eso que llaman spoilers. Se nos ha vendido Super 8 como un chute ochentero, un regreso a esas películas con pandillas, urbanizaciones, bicicletas y misterios sobrenaturales. Nada de eso, no cuela. La peli, con un espantoso guión de su mediocre director J. J. Abrams, nos mete en una pandilla de niños sin mucha personalidad que hacen películas de super ocho como las que hacía Spielberg, el gran homenajeado, en su infancia. De hecho, el protagonista es típicamente spielbergiano, un huérfano de madre con ausencia de padre. Y no es él el único traumatizado. Alice, la niña gélida que le mola al guapo, sufre por un padre borracho y violento. Por otro lado está la pandilla, donde destaca el gordito Charles, insufrible líder y director de la cinta de zombies que los chavales ruedan. En pleno rodaje un tren descarrila aparatosamente (por una furgoneta, de la que sale milagrosamente vivo su conductor) y de ese tren sale un alien.

A partir de este momento la película descarrila también porque J. J. abandona la buena premisa inicial -el rodaje de los niños con la amenaza de fondo- para centrarse en el horror marciano sin presencia física, sólo intuido. Desaparecen cosas y gente, el pueblo pide explicaciones al sustituto del jefe de policía. Pasamos de Los Goonies a Tiburón. El ejército (un pastiche de mala serie B) aparece entonces. Y con él Nelec, el militar malísimo que busca cazar al bicho alien. El ejército, que en todo momento practica el ocultamiento con la población (Encuentros en la tercera fase), provoca un incendio y comienza una militar guerra sin cuartel (La guerra de los mundos) contra la fuerza extraterrestre.

Pero Nelec no cuenta con los superdotados niños, que al revelar su peli de super 8 descubren al extraterrestre (algo más previsible que la carta de ajuste). Unido a esta revelación, los chavales, que son unos fieras, descubren una información que el ejército, que es muy gilipollas, no ha sabido ocultar. Resulta que el extraterrestre (que hasta este momento del metraje se nos ha mostrado como una especie de cangrejo gigante y espeluznante) tiene su corazoncito y está montando una nave con lavadoras y tostadoras para escapar. Entonces el gordito Charles -que está enamorado hasta las trancas de la chica borde pero permite que el guapito se la calce- desaparece de la película y Joe, el guapito, descubre que en la guarida alien hay muchos electrodomésticos y gente colgando de los pies (Alien) y que el cangrejo gigante y espeluznante tiene unos expresivos ojos humanos (ET). En esta escena el niño plasta que se ha pasado la película diciendo que tiene petardos los tira por fin. En el último momento, claro está, el mechero no va. De risa.

Y al final Joe, como Elliott, despide a su amigo extraterrestre. La nave despega, la música sube y Joe recupera el amor de su padre, consigue librarse del dolor por su madre y consigue a Alice, que a su vez recupera a su padre borracho y violento. Y todo cerradito en un par de planos de un hortera QUE TE MUERES. Una pena que lo que podría haber sido una entretenida cinta de aventuras infantiles haya acabado en un pastiche disparatado y previsible. Escrito el 23 de agosto de 2011.