martes, noviembre 13, 2012

Shields me echó la bronca

El otro día, comiendo, Shields me echó la bronca. Shields es un crack y un amigo, una persona de mucha confianza y con el que muevo proyectos de tele y cine. Bueno, más bien los mueve él y yo los escribo. La conversación de la comida, regada con un buen Enate, derivó, y no sé muy bien por qué, en lo bien que me iría si mantuviese la boca cerrada de vez en cuando.

Shields me riñó porque he conseguido, y no le falta razón, que la gente me evite porque raramente me autoncensuro. Y lo que es peor para la supervivencia: no soy capaz de decir que algo que rechazo me ha gustado. Hace ya siglos aprendí el valor y el peligro de la franqueza. Su valor es evidente: con ella te sientes limpio. El peligro también es obvio: ten van a etiquetar, que es algo que le apasiona a la gente.

Así sucede casi siempre. La peña suelta el tan manido “dímelo con toda sinceridad” con una gratuidad que da verdadera grima. Son los mismos que ven a esos personajes de series o películas sin pelos en la lengua y brutalmente sinceros que les resultan MARAVILLOSOS… siempre que no les toque a ellos ser su víctima. Porque en ese caso los entierran.

Entiendo al pobre Shields porque en un mundo tan bestial como el cine o la tele hacerte enemigos por una sencilla y rápida opinión es suicida. Entiendo que se agarre un cabreo de cojones, porque hay que ser gilipollas, pero es que, miren ustedes, eso ya no tiene remedio, no se desaprende. Y aprenderlo me costó SANGRE.

¿Pero qué se puede esperar de un tipo que decidió acercarse en un libro al siempre franco Carlos Pumares? ¿Qué se puede esperar de un tipo que se inmola editorialmente porque nadie entendió el por qué de ese libro ni el por qué de ese personaje? Si ya me lo decía mi padre, que no aprendo.