lunes, agosto 19, 2013

La cultura, ese invento del gobierno



Así tituló Rafael Sánchez Ferlosio un artículo en 1984. Un cuarto de siglo después, con la segunda victoria del PP, intelectuales ligados al PSOE  clamaron por que no desapareciera el Ministerio de Cultura (un rumor) porque para ellos el Estado siempre ha sido igual a industria cultural. En el fondo, en ese grito de alarma se escondía la necesidad de salvar un status quo diseñado por ellos mismos y amparado durante décadas.      

Un ensayo muy comentado en la red es el libro colectivo ‘CT o la Cultura de la Transición’ (2012). La CT es un término acuñado por Guillem Martínez para nombrar la cultura hegemónica en España en los últimos 35 años. Su tesis: en los setenta, el país vive la adhesión sin aristas de la izquierda al nuevo poder surgido de la transición, es testigo de la creación de un mundo cultural pautado, un tapón cultural que ha convertido a miles de artistas en marginales y a unos pocos en oficiales.

La relación es la siguiente: la cultura no se mete en política salvo para dar la razón al Estado y éste no se mete en cultura salvo para subvencionarla, premiarla y darle honores. El resto es lo problemático, lo marginal. Lo que está cerca de la CT (y sus festivales, museos, universidades, revistas, televisiones, emisoras, productoras o editoriales) es aceptado porque es DE LOS SUYOS. Lo que está lejos NO ES CULTURA, no hay que tomarlo EN SERIO.

Así, el Estado es el motor de la cultura, que es vertical y no horizontal. Así, la cultura forma parte del proyecto político del Estado o de los reyezuelos de las taifas autonómicas (véase las CT vasca, catalana, gallega, andaluza o valenciana, de las que casi nada se habla en el libro). El gusto cultural y lo culturalmente correcto lo decide el Estado, que genera una cultura servil. El éxito en España, como escribe Guillemo Zapata, es un mecanismo en el que las esferas de la empresa, la cultura, la política y los medios se entremezclan. Y se crean para ello lugares de éxito: portada de El País, película con todos los Goya, la gira musical del año…      

Este ensayo tiene muy pocos referentes porque pocos se han atrevido a indagar hasta la fecha en el asunto. Y ha sido o por miedo o por rechazo, porque muchos creerán que no hay tal CT. Puede que el mejor referente sea Sánchez Ferlosio, de los primeros en denunciar una cultura domada por el Estado. La desactivación de la cultura fue especialmente escandalosa en el referéndum de la OTAN, donde pocos intelectuales cuestionaron el bandazo ideológico de Felipe González, aquel presidente enrollado que invitaba a la bodeguilla a Umbral, a Miguel Ángel Aguilar, a Javier Pradera, a Coll, a Aute, a Teddy Bautista y a Ramoncín. Ellos fueron los cruzados de la CT y a ellos se les unieron Caro Baroja, Chillida, Antonio López, Semprún, Juan Cueto, Marsé, Goytisolo, Pombo, De Villena, Sancho Gracia, Panero…         

Fueron los años en los que a Javier Krahe, del que también se olvidan en el libro, le cortaron el micrófono EN DIRECTO mientras cantaba la canción anti-Felipe Cuervo Ingenuo. Tú actuar radicalmente, Tú detener por diez días, En negras comisarías, Donde mal trato es frecuente”. Pocos en esa época fueron tan osados y pocos como él fueron tan marginados. Loquillo sufrió algo análogo aunque menos feroz con Ojos vendados, un tema censurado que también denunciaba torturas en comisarías. España era una fiesta, y quien la aguara lo pagaba caro.    

Puede que hoy la globalización y la red (esa red que la Ley Sinde, que es pura CT, quiso amputar) estén logrando, poco a poco, que la cultura cambie de vertical a horizontal. Al menos lo deseo. Revistas, libros, discos o películas CT han dejado de venderse, de influir, de tener legitimidad. Puede que el capitalismo global se haya cargado la aberrante excepción española. 

No comparto todas sus tesis, pero ‘CT o la Cultura de la Transición’ es un libro que hay que leer. Es un trabajo demasiado ambicioso y pretencioso, pero necesario por lo que se plantea. Se equivoca en algunas salidas de tiesto (como comparar España con Corea del Norte) y en dar al 15 M una importancia que no tiene, pero el suyo es un debate que muchos echábamos en falta. Gracias. Escrito el sábado 17 de agosto de 2013.

viernes, agosto 09, 2013

A medianoche




En España no andamos muy sobraos de actores de raza. O a los veteranos los hemos perdido, o los hay pero sin suerte, sustituidos por actores mediocres, modelos, chistosos de la tele o famosillos de tercera.

Y entonces pasa. Muy de vez en cuando. Y vuelves a disfrutar de un animal sobre el escenario. Me ha pasado en A medianoche, que se presenta como “comedia romántica”, pero va más allá del cliché: es cañera, con un tono atrevido y descarnado, nada que ver con los lugares comunes de las comedietas vodevilescas o los musicales comerciales.

El trabajo que hace Iñaki Font (junto a Itziar Atienza, que en momentos hasta se desocojona viva ante las salidas de tiesto de Font) es realmente bueno. Hasta ahora solo había juzgado su trabajo en cine, y la verdad es que en un escenario el tío también impone. Tanto él como Atienza se pegan una considerable paliza, y son noventa minutos que no se hacen largos. Y lo logran sosteniendo solitos todo el andamiaje, respaldado por mínimos elementos de escenografía y algún efecto sonoro.

La cachondísima obra, un éxito del festival de Edimburgo, es la confesión personal de un escritor y músico frustrado que a los 35 años se siente acabado y de Helena, abogada matrimonialista igual de frustrada. Los dos narran al público, cara a cara, lo que les sucedió la noche en la que se conocieron y el resto de todo un disparatado fin de semana. Y no solo nos lo cuentan, también representan a personajes episódicos, y a veces ella hace de ellos y él de ellas.

Debo confesar que en los primeros minutos tuve la sensación de que todo ese bla, bla, bla, ese cara a cara, esa desnudez escenográfica, iba a ser insostenible durante hora y media, pero el resultado es pura diversión y también una buena dosis de melancolía. Y todo acompañado de canciones que Itziar e Iñaki, que no son cantantes, interpretan muy dignamente. Por verles, y sobre todo por alucinar con un actor con tremenda vis cómica, generoso y espontáneo, merece la pena A medianoche. Y dense vida, que están en el Maravillas hasta el 1 de septiembre.