lunes, febrero 11, 2013

Blancanieves




El año pasado tuvimos que sufrir una cursilería llamada The Artist, película que padecía el mismo vicio de Blancanieves: ser un mero ejercicio formal. Con una dirección, una fotografía y un montaje fabulosos, Pablo Berger ha hecho realidad un sueño: volver al vértigo de la mirada de los años veinte, jugar con las inmensas posibilidades visuales del cine mudo, descartar el color, poner cartones explicativos y permitir sobreactuar a los actores. Por cierto, Maribel Verdú es mala hasta haciendo cine mudo.

La propuesta me parece entretenida, pero Blancanieves está lejos de ser una película. Se le parece, pero es más un experimento formal, un juguete para progres. No le veo sentido volver a contar una narración archiconocida como la de los hermanos Grimm y, encima, hacerlo de forma tan fría, previsible y finalmente aburrida. No entiendo propuestas como The Artist o Blancanieves; es como si para ser un escritor original y postmodernísimo alguien publicase una novela en latín o en escritura cuneiforme.

Me resulta curioso que Blancanieves, que tiene la complejidad justa de un cuento infantil, sea tan bien aceptada por los modernos. Es otro ejemplo del cine actual: forma con escaso fondo, pura apariencia visual, cine para enterados, ideal para comentar en una terracita de Lavapiés. “¿Has visto Blancanieves? Ma-ra-vi-llo-sa”. 

Blancanieves es una artefacto intelectual sin alma y que va a caducar rápido, cuando se le pase la temporada de premios, igual que sucedió con The Artist. Porque te puede gustar, la película te puede incluso sugestionar durante un rato, pero es un film que no vas a volver a ver porque ningún personaje cala, le falta humanidad, y la historia no es de las que se recuerdan. Vamos, que no me imagino a nadie que no sea un gafapastas o un modernete volviendo a ver este cuento mudo y tan predecible.

1 comentario:

Anónimo dijo...

gran comentario