miércoles, febrero 01, 2012

Los descendientes: muerte absurda, vida absurda

Lo ha vuelto a hacer, y ha tardado siete años. Desde la memorable Entre copas Alexander Payne, el cineasta de Omaha (ciudad que no cambia por Los Ángeles porque no quiere vivir "con gente de su oficio sino con gente normal"), se hacía de rogar en el largometraje. En esos años no ha perdido el tiempo: ha tenido una operación quirúrgica, se ha divorciado, rodó un corto magnífico para el filme colectivo Paris, je t'aime, ha trabajado en televisión (dirigió el piloto de Hung) y ha tenido que abandonar Downsizing, un proyecto al que ha llamado su “épica obra maestra” y que resultaba económicamente inviable.

Los descendientes es un encargo. A Payne, que acababa de abandonar Downsizing, le ofrecieron dirigir la adaptación a la televisión de la prestigiosa novela de Franzen Libertad, pero no le apetecía dedicar dos años de su vida a esos personajes. Entonces Stephen Frears abandonó el proyecto Los descendientes y a Payne le sedujo la historia y “la extrañísima atmósfera socio-cultural de clase alta de Hawai”.

Pensó que los ingredientes darían para un buen filme y pensó bien. Payne y los guionistas Nat Saxon y Jim Rash (y antes el novelista Kaki H. Hemmings) han logrado algo brillante: que alrededor de una mujer en coma, una mujer prácticamente muerta, se orqueste una representación tan vital que te deja sin palabras, te emociona hasta lo más hondo. Y todo escrito en un tono de comedia dramática muy difícil y valiente, un tono que recuerda a A propósito de Schmidt, film cuyo universo Payne rescata. Las coincidencias son evidentes: una ciudad gris, un hombre en el otoño de su vida que lo ha dado todo al trabajo, un tipo que descubre que su desaparecida pareja le ponía los cuernos con otro y un padre que ha perdido el control de su hija.

Lo mismo le ocurre aquí a Matt (George Clooney), solo que con una particularidad: su mujer no ha desaparecido del todo, aunque ya sólo es un vegetal. Lo que cualquier guionista mediocre hubiese hecho con esta situación es tirar del melodrama o de la lágrima fácil, pero Payne y sus guionistas logran mezclar momentos de hilaridad y momentos de desgarro con pasmosa habilidad. Su trabajo es sincero, honesto, luminoso. Frente a la mujer en coma Matt se enfada, le grita, patalea y le dice de todo, igual que su hija mayor o la mujer de su amante. Ponen verde a una mujer desahuciada, pero también a una mujer que ha hecho mucho daño. Y Matt también se derrumba en su despedida, antes de desconectarla, uno de los momentos más desgarradores que he vivido desde hace bastante tiempo ante una pantalla.

Los descendientes es el cine que merece la pena ver, recordar y rescatar cada cierto tiempo, cine perdurable y sobre todo cine maduro, escrito y rodado por gente que no sólo quiere entretener a la audiencia sino que además se cuestiona cosas, se hace preguntas sobre lo que es ser amante, marido y padre. Y sobre lo que significa estar vivo. Porque si algo revela esta película es EL ABSURDO. Lo absurdo que es todo en el fondo, lo absurdos que somos. Lo radiantes, guapos y folladores que somos hasta que en unos segundos nos convertimos en un vegetal con la boca agrietada y el pelo grasiento. En segundos. Lo ha explicado muy bien el propio Payne: “El cine debe ser consciente del absurdo de la vida y reflejarlo, del absurdo de la existencia detrás de cada detalle. Hay que aceptar lo absurdo que es todo y tener un sentido del humor hacia ello”.

Una película vital con la muerte como motor de todo, eso me parece Los descendientes, otra gran película de Alexander Payne, que en mayo empieza a rodar la esperada Nebraska, otra de sus road-movies que trata sobre… ¿adivinan? Sí. Un padre, un hijo y cuentas pendientes. Escrito el sábado 21 de enero de 2012.

Textos relacionados: ENTRE COPAS: Mi película de la década y A PROPÓSITO DE SCHMIDT, Jack Nicholson y mi padre

3 comentarios:

especies dijo...

Adoro a Alexander Payne.

IVAN REGUERA dijo...

Ya somos dos.

francisco arroyo dijo...

Siempre hay un decepcionado.

Esas vidas hawaianas me parecieron especialmente vacías. Hay poca humanidad en los personajes. Y por esos sus dramáticas, poderosas peripecias tienen poca miga. El absurdo que revelan los personajes es un vástago del capricho, vestido con camisa de flores.

Adenás, George Clooney está increíble. En su acepción más literal, claro.