jueves, enero 17, 2008

El pacto de Santoña (y II)

Para explicar la división ideológica y militar dentro del bando republicano, el libro ‘El pacto de Santoña’ repasa multitud de anécdotas que tienen que ver con esta desintegración que llevó a la derrota de la república.

El País Vasco, por ejemplo, se consideró siempre el “oasis católico”. Y en este punto, Euskadi sí tuvo suerte de tener a quien tuvo entonces en el poder. Al estar gobernado por fuerzas profundamente católicas, no sólo las iglesias y catedrales se libraron del saqueo y la quema, sino que muchos religiosos se resguardaron en zona vasca librándose de las ya conocidas salvajadas de comunistas, anarquistas y otras bestias del bando republicano.

Además, los militares y políticos vascos hicieron lo indecible por entregar sus ciudades casi intactas, como le sucedió a la preciosa Donosti o a Bilbao, mi ciudad natal. Capitularon sin demasiada resistencia ante Franco, pero salvaron no sólo sus ciudades, sino también su industria.

Lo más aberrante y absurdo, eso sí, llegó cuando los vascos tuvieron que defender su industria contra los suyos. Fue el caso de Altos Hornos de Vizcaya. El batallón asturiano Somoza tenía órdenes de paralizarlos para que no fuesen usados por Franco, como luego sucedió. Los vascos lo impidieron a la fuerza “blandiendo sus ametralladoras y enfrentándose a los asturianos directamente”.

Este acto y otros fueron después juzgados por los vencedores. Y fueron juzgados con clemencia. Así, los jueces franquistas se conformaron con prisión menor con este alegato: “Los batallones que se rindieron en Bilbao prestaron un eficaz y positivo servicio a la causa del orden, y en definitiva a la de España, para repeler una agresión de los rojos”.

Estas anécdotas, y muchas como estas, son las que jamás aparecerán en los libros de texto de los vasquitos y las vasquitas.

En definitiva, ‘El pacto de Santoña’ es un libro de historia, pero también un libro sobre la vergüenza y el borrado de la realidad más incómoda para algunos poderosos o fanáticos vascos.

Disfrutadlo si estos temas os interesan.

6 comentarios:

Otis Driftwood dijo...

Siempre he discutido con mis amigos acerca de la belleza de "la preciosa" San Sebastián. Sin negar que esté bien, no acabo de digerir esa estética entre lo cursi -pues no otra cosa es La Concha con sus apedreables farolitos alfonsinos- y lo abertzale. Por lo demás, aborrezco su clima, me repatean ciertas pintadas y carteles en su casco viejo (al menos las que había cuando lo visitaba casi todos los fines de semana allá por los años 1999 y 2000) y me resulta de lo más casposo esa cosa que llaman "parque de atracciones" en lo alto del monte Igueldo. Prefiero Santander o, puestos a quedarnos en el País Vasco, la zona de Urdaibai, por más que la vecina Bermeo esté llena de hijos de la gran puta (¿se puede decir "hijos de la gran puta" en este blog u optamos por el eufemismo "halagranes"?).

IVAN REGUERA dijo...

Otis: Puedes decir hijosdelagranpiiiiiiiii. Y de todo.

Pero, amigo, Santander no es más bonita que Donosti, se mire por donde se mire. Es una ciudad hermosa, pero conservadora y gris en muchas esquinas. Y avejentada.

Es como una ciudad castellana con mar. Y, ojo, me encanta. Que Wallander igual me da una patada en los bajos por decir esto...

Por cierto: En este libro también se habla mucho de Santander, que fue fiel a la República aunque hoy tenga fama de facha.

Anónimo dijo...

Más o menos de acuerdo con Otis e Iván. Sobre la belleza de San Sebastián, sólo añadir que no hay nadie como los vascos para vender sus bondades, ficticias o no; y conste, que, en principio no me parece mal, al menos en lo relativo a sus tierras. Ya sabéis lo que decía el bilbaíno aquel sobre la gran humildad de Jesucristo, que nació en Belén pudiendo haber nacido en Bilbao.
En el caso de Santander, como no soy ningún cerril regionalista, veo claramente los defectos de mi ciudad. Precisemos entonces. Hago mía la opinión que leí a un experto en urbanismo que decía que normalmente, las ciudades a las que la naturaleza ha dotado de una belleza espectacular, como es el caso de Santander y su impresionante bahía –¿o no?-, estas ciudades están tan contentas de haberse conocido, que su urbanización es detestable, como es el caso de Mi Santander, mi cuna, mi palabra, que dijo el gran poeta Gerardo Diego.
Sobre la lealtad de tal o cual ciudad a la República, dependió mucho de la suerte, de quién estuviera al mando del Ejército, de su ideología y de su decisión a favor de unos u otros.

IVAN REGUERA dijo...

Wallander: Viva Santander, coño.

Otis Driftwood dijo...

Yo es que de mayor quiero ser pijo de Santander. Porque una cosa es ser pijo y otra, pijo de Santander, con tu casita con vistas a la bahía, tu velero y la tranquilidad que te da saber que la fama de soplapollas se la llevan los señoritos andaluces.

Marta G.Brea dijo...

Después de indagar un poco sobre el tema, leeros incita a ello, todavía no me queda claro si fue realmente una traición del PNV a la República. Sorprendente que el pacto se malograra y encarcelaran a los gudaris en El Dueso.

Respecto a Santander, con el permiso de Wallander, hay un refrán que circula por ahí que dice “Santander que lindo es, ni en verano ni en invierno nunca deja de llover”. Pues como sucede en Santiago, donde caen más de la mitad de todas las gotas de Galicia. Y ciertamente tal como nos venden la moto de las sequías apocalípticas es de agradecer ;-) :)

Feliz día!