lunes, agosto 31, 2009

Habíamos ganado la guerra

Si alguien no ha leído las memorias de infancia y juventud de Esther Tusquets, tituladas ‘Habíamos ganado la guerra’, se ha perdido un poco usual acercamiento al mundo del bando ganador. Los recuerdos de Tusquets empiezan así: “Hace unos días oí comentar que la guerra civil la habíamos perdido todos. No es verdad. Unos la había perdido y otros la había ganado. Y yo, con mis tres añitos, pertenecía al bando de los vencedores”. Al final del libro da la vuelta a este provocador arranque: “Yo, hija de los vencedores, a pesar de haber gozado de todos sus privilegios y todas sus ventajas, pertenecía al bando de los vencidos”.

Tusquets perteneció a la alta burguesía catalana y su infancia se vio afectada por una madre vaga y distante, una tata que la sustituía siempre, un colegio recio y una España hipócrita, pacata y fosca. Las descripciones que hace Tusquets de aquellos miserables señoritos clasistas son tan duras como las que dedica a los serviciales, a los muertos de miedo y de hambre. Una vez leídas, uno entiende mejor, aunque no lo comparta, aquel bestial dicho de los rojos que decía que la primera criada y la primera señora que hubo en el mundo deberían haberlas ahorcado frente a frente.

Recuerda así Tusquets aquel teatro Liceo que ardió años después: “Los dueños de los palcos pueden amueblar los antepalcos como quieran, como si se tratara de una habitación de su propia casa, y pueden mantener el palco permanentemente vacío o prohibir que lo ocupen las mujeres, los pelirrojos o los señores bajitos con bigote. Y esa gente ríe, tose sin recato, habla en alta voz, deja prendidas las luces del antepalco y las puertas abiertas en plena representación, y se larga olímpicamente antes de que el espectáculo termine, pues para algo son ellos los que pagan, y el que paga manda, y todo eso es suyo”.

‘Habíamos ganado la guerra’ es también un libro plagado de ateismo. A veces descarnado, otras irónico. Inteligente siempre, nunca baratamente ofensivo. Sobre el infierno, escribe: “Ahora me parece increíble que millones de personas, no totalmente oligofrénicas ni perversas, puedan creer tamaño desatino. (…) Lucifer era el más hermoso de lo ángeles, el ángel rebelde, el que le dijo “non serviam” a dios (desde siempre, ya desde muy niña, este “non serviam” me pareció magnífico, mucho más fascinante que “he aquí la esclava del señor”)”. Más adelante, escribe sobre los sermones y la burguesía escuchante: “A mí me impresionaba mucho aquello de que era más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de los cielos, y no entendía que a los ricos no se les moviera un pelo cuando lo escuchaban”.

A pesar de que las memorias de la Tusquets están plagadas de indeseables amos, de estiradas damas, de amantes consentidas, de fascistas orgullosos, de nazis convencidos, del clero cómplice y de mente sucia o de seres fatuos y falsos, la peor parada en el libro es su madre. Sobre ella escribe muy valientemente: “Si mi psicoanalista hubiera dicho ‘madre’ en una asociación libre de palabras, la respuesta abría sido ‘desamor’. (…) El día que mi madre me contó que tenía párkinson y se echó a llorar desconsolada, le dije una palabra cariñosa y traté de acariciarle la mejilla. En aquel momento la amé como la había amado de niña. Y me rechazó. Retiró la cara, apartó mi mano, me dirigió una mirada de extrañeza. Me sentí ridícula y absurda”.

Merece la pena este librito, contado con arrojo y alma vencida desde el lado de los vencedores. Una curiosa y necesaria rareza.

Escrito el domingo 30 de agosto de 2009.

2 comentarios:

lys dijo...

Has despertado mi curiosidad, ya me parece muy bueno lo que has citado del libro.

Un saludo

IVAN REGUERA dijo...

Lys: Anímate, merece la pena. Y está en edición de bolsillo.