miércoles, octubre 27, 2010

Segunda entrevista: Jean-Claude Carrière

No tuvimos que insistir. Contestó a nuestro primer mail escueta y amablemente. Durante meses le fuimos informando del transcurso de nuestro trabajo en el documental. En un momento crítico, pocos días antes de verlo en persona, nos dijo por teléfono: “Os doy quince minutos, no tengo más que decir sobre el tema de vuestro trabajo”. Inmediatamente nos pusimos en marcha: había que escribirle un último mail explicando que necesitábamos mucho más tiempo y el por qué de esa necesidad.

Lo leyó y lo entendió. Con un “Bien, vale, veniros y ya veremos” nos conformamos. En San Sebastián, de camino, a NAPALM se le ocurrió que, como buen bebedor de vino, le gustaría una botella de las buenas. Calló un Ribera fetén. Y aunque contábamos con suficiente documentación, preparamos a conciencia la entrevista en el tren a París. Debíamos ser muy rigurosos y serios, no se nos podía escapar nada delante del guionista de Belle de Jour, La Vía Láctea, El discreto encanto de la burguesía, El fantasma de la libertad, Ese oscuro objeto del deseo, El tambor de hojalata, La insoportable levedad del ser, Valmont o Cyrano de Bergerac.
No faltaron los sustos. Media hora antes de la entrevista, a dos calles de su casa, descubrimos que nos faltaba un cable del equipo de sonido absolutamente fundamental. Horror. Miedo. Pavor. Menos mal que contábamos en el equipo con Israel -MGiver- Nava, que con un buen apaño solucionó todo.

La mirada de Carrière al recibirnos logró dejarme completamente tranquilo. Afable, sonriente, educada, serena. Nos invitó a entrar en su despacho, situado en la planta baja de una preciosa casa de tres plantas. La decoración era sobria, sin un solo toque de vulgaridad. La estancia estaba plagada de dibujos, fotos y, por supuesto, libros. Tenía, como esperábamos, una librería magnífica. Tan buena como la bodega. Buenos vinos y buenos libros juntitos, Carrière sabe.
A sus 79 años, se movía bien. Llevaba puestas unas zapatillas de deporte y una camisa amplia y cómoda. Cerca de su mesa de trabajo, presidida por una pantalla de ordenador inmensa, tenía un trasto de esos de hacer ejercicio que, pensé, hacía que se moviera por sus feudos con esa destreza. Mientras NAPALM ayudaba a Israel a colocar las dos cámaras, le entregué la botella de Ribera fetén. Leyendo su etiqueta, dijo: “Buen vino. Lo voy a probar esta misma noche, que tengo visita”.La entrevista fue como un tiro. Duró mucho más de lo esperado y respondió a todo con detalle de guionista, explicando, narrando lo sucedido hace casi cuarenta años. Su castellano era fluido, sus recuerdos certeros, su mirada sincera y sus gestos desenfadados, nunca dándose importancia.

En una pausa de la grabación, poco antes de acabar, Carrière cogió su móvil y buscó un número en su libreta de papel. “Voy a llamar a Milos Forman. Está en la ciudad y viene a cenar”. ¿Había mejor manera de dejar París que imaginando a Jean-Claude Carrière y el director de Valmont, Amadeus y Alguien voló sobre el nido del cuco trincándose nuestro Rivera fetén?Escrito el domingo 24 de octubre de 2010.

2 comentarios:

Awake con Gmailes abiertos dijo...

:-), pero qué buen sabor de boca (casi como el Ribera, jeje...)

Mks.

Explorador dijo...

Estupendo. Y no creo que haya manera mejor, o al menos a mí no se me ocurre.

Saludos :)