Todavía hoy, y gracias al talento conservador de mi madre, tengo esta foto de Salinger pegada en el armario de la habitación donde crecí. Incluí la instantánea de Salinger (enfrentándose a un fotógrafo a la salida de un supermercado) junto a otras de mis ídolos del cine o la música. Vista hoy, esta foto no ha perdido su enorme significado, la del hombre que se quiso borrar y lo logró.
"Me gusta escribir, pero sólo escribo para mí, por placer". Lo dijo Salinger, que acaba de morir a los 91. Olvidado en mi biblioteca, porque no es uno de mis escritores favoritos, siempre estuvo presente en mis conversaciones con NAPALM. De vez en cuando reaparecía. Y no su obra, sino su apuesta por desaparecer, no exponerse. Siempre lo comparábamos con Kubrick, perdido en la campiña inglesa.
Salinger, como Kubrick, tomó su decisión una vez logrados fama y dinero. En la tercera edición de ‘El guardián’, con cuarenta y tantos, mandó eliminar su foto de la cubierta del libro. Decidió que públicos sólo serían sus libros y se recluyó para siempre en un pueblecito de New Hampshire donde los vecinos le ayudaron a protegerse de admiradores y periodistas.
No hay ejemplo, lección, moraleja o aprendizaje detrás de Salinger. Fue un maravilloso radical, un glorioso extremista. No quiso saber nada de la gente y de los medios, no quiso vender, prestar o regalar su imagen a nadie. Eso, a mediados del siglo XX, fue un acto revolucionario. En el XXI un acto suicida.
viernes, enero 29, 2010
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