viernes, enero 22, 2010

Y no me dirija la palabra

Empiezo a estar hasta los mismísimos de aguatar la diarrea mental de muchos taxistas madrileños. Alguien debería estudiar el daño que hacen las tertulias cavernícolas a los de este gremio. Fin de año. Tras tomarme unos vinos con mi amigo NAPALM, entro en un taxi cerca de la Puerta del sol, atiborrada de guiris con pelucas absurdas. El taxista advierte: me cobrará un “suplemento de nochevieja”. 6 euros. Acepto el robo, aunque sólo son las diez de la noche.

Sin que le dé pie y con la peregrina excusa del gran despliegue policial que observamos desde el taxi, el conductor, de mi edad, empieza a hablar de terrorismo y de “los moros”. “Hay que pararlos”, concluye. Me calienta, aunque ya voy calentito de vinos. Contesto: “Cuando se refiere a los moros, ¿se refiere a los musulmanes?” Responde con un sí categórico. “¿A qué musulmanes se refiere, a los estadounidenses, a los ingleses, españoles, a los de los Emiratos árabes? ¿O sólo a los marroquíes”.

Sonrisa cínica. Silencio sepulcral. Pisa el acelerador. Pasado Colón hacia Capitán Haya, me explica su solución: “Pararlos en las costas, como hacen otro países, que es que ya está bien, que se ríen de nosotros”. Contesto: “Pararlos ¿cómo? ¿A cañonazos, con gases, ametralladoras, bombas, misiles contra las pateras?”. “Lo que sea, lo que haga falta”, responde.

Nuestra “tertulia”, digna de los del canal Intereconomía, podría haber dado para un costoso viaje hasta Toledo. Lo curioso del tema es que el taxista acabó reconociéndome que él mismo era inmigrante. Y es que no hay nada peor que el reaccionario converso. Y de esos hay a patadas conduciendo taxis en Madrid. A centenares y con gratuito “suplemento político”.

Cada vez que me encuentro a uno de estos deficientes mentales, recuerdo una memorable noche de borrachera, hace ya siglos. Eran las mil y un grupo de amigos estábamos muy perjudicados. Uno de los nuestros, un colega bastante primario y siempre directo, llamó a un taxi. Al entrar, ya todos sentados, medio sobados en el respaldo, dijo: “Tire para Argüelles. Y no me dirija la palabra”. Sus palabras nos sonaron a música celestial. Obra maestra. Una pena que no tenga los huevos de mi amigo para imitarlo cada vez que entro en un taxi y las veo venir.

El viaje de Sol a mi casa normalmente cuesta 10 euros. Me cobró 20. Debo reconocer que el taxista inmigrante se había integrado perfectamente en la cultura española.
Escrito el domingo 10 de enero de 2010.

5 comentarios:

Leo dijo...

Grandioso el comentario de tu colega. xD ¿Tú y yo nos conocemos de algo? ¿Acaso somos colegas? ¡Pues entonces limítate a tu trabajo y conduce, imbécil! Simplemente grandioso.

Mierda de enducancia "respetuosa" que nos han inculcado nuestro padres, cagontó. A fin de cuentas, Mel Gibson tenía razón cuando en una escena de "Air America" venía a decir que a la gente hay que tratarla como a champiñones: mantenerla a oscuras y darle mierda.

Ojalá fuese así yo también...

IVAN REGUERA dijo...

Leo: Si es que somos unos mierdas.

francisco arroyo dijo...

¿Por qué suele pasar que, tras una carrera con empatía a temperatura polar, la bajada de bandera asciende como el Señor transfigurándose?. En esa situación se acaba evitando cualquier intercambio verbal; es difícil dar a entender a un conductor que se equivoca de calle, desde el asiento de atrás, sin musitar palabra. Entre el asco y el acojone a uno le acaban sableando.

Natxoman dijo...

Una noche volviendo a casa de fiesta con una amiga el taxista paró junto a una discoteca de ambiente y dijo: "Maricones".Me pasé el resto de viaje comentándole a mi amiga las ganas que tenia de llegar a casa donde me esperaba mi novio y el rosario de cerderias que practicariamos.

IVAN REGUERA dijo...

Francisco: Hay demasiados oficios y oficiantes que saben cuándo y a quién subir la bandera. Y esa es la que vale, la verdadera bandera de España.

Natxo: GRANDIOSA salida. Hubise pagado por ver el careto del conductor homófobo.