
Buena parte de los diputados y periodistas ya se había dispersado hacia los pasillos o el cafelito conspirativo en la barra de un bar. Algunos fotógrafos vigilaban a Solbes y Arias Cañete, enredados en un largo aparte con intimidad de celosía en un rincón del Salón de los Pasos Perdidos. Las preguntas parlamentarias goteaban con la indiferencia general que siempre corresponde a los minutos de la basura de la sesión de control. Poco había dejado la mañana: enganchones a cuenta del paro, de los Presupuestos y de la apatía gubernamental, choques de testuces ya vistos que componen el pequeño bucle melancólico de cada miércoles, palabras calculadas, nunca apasionadas, que no merecían desbordar el bol del Hemiciclo.
Lo que ocurrió entonces fue la interpelación de Rosa Díez. Y habrían hecho bien los periodistas y diputados ausentes en regresar de los bares, de los pasillos, para evitar que una de las intervenciones más vibrantes de lo que va de legislatura fuera pronunciada ante un esqueleto de bancada que delata la soledad y la conspiración de silencio contra las que pelea la diputada de UPyD como quien enciende hogueras en la playa para ser vista. Rosa Díez levanta las banderas de las que deserta el PP. Rezuma la energía de la que carece el PP. Se entrega ahí donde el PP calcula, tiene convicciones donde el PP complejos inducidos. Hace oposición mientras que el PP hace frases, observando de reojo cómo queda el ademán en la pantalla. Cuando abandonó la tribuna y caminó hacia su escaño sin un aplauso de nadie pero absolutamente protagonista, se habría dicho que una parte de los escasos diputados presentes la miraba lamentando que lo recién escuchado tuviera que decirlo otro. Lo que la otra parte parecía estar preguntándose es cómo lograr que no vuelva a decirlo.

En la garita anti-Díez, para hacer frente a la interpelación el Gobierno dejó a un personaje secundario, la ministra Elena Salgado. No opuso sino consignas, vaguedades y unos intentos de ataque personal pertenecientes a la estrategia habitual contra Rosa Díez, a la que siempre se intenta desprestigiar en vez de replicar, pintándole una caricatura de personaje demagógico que actúa «de cara a la galería». Si acaso «la galería de tiro», le atizó Díez, y ahí quedó, descolocada e inane, una Salgado a la que sí arroparon los aplausos protésicos de su bancada, aunque por ella jamás sería necesario regresar del bar ante la expectativa de palabras necesarias.
3 comentarios:
El problema que yo le veo a esto, a este artículo y a otras opiniones como las que vierte Losantos en LD y afines, es que se está empezando a vender a UPyD como un "nuevo PP" o como su sustituto natural en la oposición. Espero que Rosa Díez no acabe por creérselo, porque yo, como votante de UPyD, lo que precisamente no deseo es que UpyD no sea "otro PP". Lo que deseo es que NO se llegue a parecer ni de lejos a cualquier otra formación política de Esta Mierda de País (aka "España"), porque lo que deseo es precisamente una opción política DIFERENTE a lo tristemente conocido.
Vaya, que aunque sí es cierto que muchos Peperos están huyendo hacia las proximidades de UPyD, espero que sean ELLOS los que se adapten a los postulados del partido y a su manera de funcionar, no al revés. Confiemos en que Rosa Díez haga honor a su fama y mantenga la cordura, sin dejarse embaucar...
Leo: Totalmente. Creo que hay que tener fe de momento. Lo que Gistau dice, y estoy con él, es que no tiene los compejos de los opositores mayoritarios. Y si comparte con ellos ciertos ataques al nacionalismo, pues coinciden y ya está.
Se puede conicidir... para no ser sectario. Cosa chunga en España.
Muy bueno lo de actuar de cara a la galería del tiro; se ve que la Díez tiene ya callo con según que personajes
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