martes, diciembre 09, 2008

Me cago en Dior, Nueva York

Kelly y Sinatra cantaban aquello de It´s a wonderful town en Un día en Nueva York, Garci tuvo los huevos de mandar a esta ciudad a Landa a hacer de Eastwood en El Crack, Polanski e Ira Levin vieron normal que el anticristo naciera en uno de los apartamentos del edificio Dakota en La semilla del diablo, Sleshinger improvisó, en Cowboy de medianoche, el falso infarto de un viandante trajeado para ver cómo reaccionaban los neoyorquinos. Y no reaccionaban. ¿Con qué Nueva York se queda uno tras unos días por allí junto a su hermano Natxo y gracias al regalazo de nuestro padre por cumplir sesenta tacos?

El primer impacto es abrumador. Entrando desde Queens, recién escupido del JFK, observas el nuevo estadio de los Meets, que sólo se diferencia del viejo en unos miles de asientos y que ahora lleva el nombre de un gigantesco banco que las está pasando putas. Manhattan es impresionante desde el taxi, el bus, andando o desde arriba del Empire, a veinte dólares la broma y con unas colas que te cagas. Mires por el ángulo por donde mires la ciudad, tienes la sensación de estar en un plató de cine.

Cada paso es una sorpresa arquitectónica: una columnata espectacular, una estatua callejera, un arbotante ingenioso, una alcantarilla soltando vapor, una fachada soberbia, una puerta de hierro orgullosa, una gárgola anacrónica, un portal hermosísimo… Por un momento te ves en esa secuencia en la que tres personajes de Hannah y sus hermanas hablan de la arquitectura neoyorquina metidos en un taxi para ver quién folla con quién, el fin único de mucho intelectual.

Junto a Natxo visité el Guggenheim, de fachada decepcionante (el jodido parece un retrete) pero de interior muy inteligente. Como en otros muchos museos-franquicia, el arte es el propio edifico, porque a parte de algún impresionista cojonudo, el resto era una tomadura de pelo.

My brother optó por no ver más museos. Le apetecía más hacer footing por Central Park. Y como yo no corro a no ser que me sigua un morlaco o la pasma, algo que nunca me ha sucedido, preferí fumar por las aceras e ir al Whitney y a las galerías Gagosian. En el primero disfruté del talento naif de Calder, de mi querido Edward Hopper o del fotógrafo William Egglestone, amiguete de Dennis Hopper. En el segundo disfruté de otros dos grandes del XX: Giacometti y Bacon.

Una vez te vas haciendo a la gran manzana, término acuñado hace décadas por un ingenioso periodista deportivo, descubres que es una ciudad oscura. Sorprendentemente, no tiene la luz que tienen nuestras ciudades. De día los edificios crean una sombra eterna en muchas calles y de noche la luz está en los millones de oficinas iluminadas en sus rascacielos o en las fachadas de las tiendas exclusivas. Los auténticos protagonistas de la urbe son las multinacionales, las franquicias, las marcas y las tiendas fetén. En este sentido, Times Square y sus neones es un claro ejemplo de mal gusto. Parece Las Vegas.

En Nueva York están todas las marcas: Dulce y Juliana, Emporio Salami, Puchi, Kukus Klain… las que les dé la gana. “Me cago en Dior”, me decía para mis adentros mientras me pegaba otra pateada y me pelaba de frío. Dicen las guías que Manhattan es “la capital del mundo”. No: es la capital del capitalismo. Un monumento dedicado a su triunfo, donde se glorifica a los que han montado la que han montado en el mundo desde Wall Street, simbolizado por la estatua de un toro con dos inmensos huevos dorados. Allí, ya saben, se especula con dos cojones, a la americana. Sólo a los yanquis se les puede ocurrir poner en sus billetes “Creemos en Dios” y quedarse tan panchos.

Y esa, inocente de mí, fue mi decepción. No hay derecho a que una ciudad haya sido entregada a las marcas, al consumo de lujo, a la compra compulsiva. Pero es su ciudad, allá ellos. Como dijo el presidente Monroe, “América para los americanos”. En Nueva York nunca tendrás problemas para encontrar cualquier marca del planeta, en descubrir un producto raro o en entrar en la tienda más especializada y darle a la tarjeta. Pero si pretendes comprarte algo baratito y de urgencia en un chino o en un ultramarinos, tomarte un vinito peleón o algo tan prosaico como sentarte en un banco, estás jodido.

En Nueva York no hay bancos en la calle. Allí, queridos, no se puede parar uno, no hay que descansar jamás. Hay que currar como un cabrón o consumir aun mejor lo ganado, que tiene que ser mucho, una pasta, o acabas de homeless o de negrata machacado, o de Lupita puteada tras una caja, sin contrato, currando quince horas y hasta los domingos.

En este wonderful town beber (nueve dólares la copa de vino más normalita) está muy mal visto y fumar (8,5 dólares el paquete) está casi penado. No hay problema, eso sí, para tomar café hasta que te salga por el culo. Café por llamarlo de alguna manera, claro, porque estoy hablando de un aguachirri que debes tragar en vasos de papel con tapita de plástico. Y si el café te lo bebes por la calle y dejas paso a los demás, mejor. Rapidito, el siguiente. Can I help you? La marca reina en Manhattan, la que ha devorado miles de esquinas, se podrán imaginar cuál es: el puto Starbucks.

Y la comida igual. Muchas calles de Nueva York huelen a fritanga de la mala, a gofre, a chicken chungo, a perrito caliente, a bollería industrial, a salsas indistinguibles. No dudo que habrá restaurantes de chef a los que mi economía no me permite entrar, pero la gastronomía media, la comida popular está cocinada, presentada y servida de muy mala manera.

Físicamente, el viandante de Manhattan se parece a cualquiera de nosotros, pero hay tipos y tipas que no encontramos en nuestras ciudades: mujeres jóvenes de una belleza de cristal, gacelas cuyo hábitat natural es la compra y el zanganeo, hombres igual de jóvenes y de intocable belleza de anuncio y mujeres y hombres maduros con horrendas liposucciones que han hecho que sus facciones desaparezcan para dar paso a un rostro desconsolador.

Natxo y yo nos cruzamos dos veces el puente de Brooklyn. En la segunda caminata, llegamos hasta el barrio que da nombre al puente y donde Paul Auster ha ambientado muchas de sus ficciones. Mientras mi hermano, que organizaba nuestras rutas con diligencia prusiana, contemplaba el mapa, un hombre se acercó a nosotros. Can I help you? Nos ayudó y nos contó que se llamaba Luis, era argentino y tenía una casa en Málaga. Enrolladísimo, nos invitó a subir a su home. Allí, dijo, nos mostraría sus impresionantes vistas y nos presentaría a Lawrence, su mujer. El neoyorquino es amable de por sí, pero aquello nos pareció demasiado. No sin cierto recelo, aceptamos su invitación. Pero esa… es otra historia.

-CONTINUARÁ-

Escrito el 8 del 12 de 2008.

14 comentarios:

especies dijo...

Bonita crónica de la ciudad por fuera, ahora esperamos la de la ciudad por dentro...

Anónimo dijo...

Lo del capitalismo salvaje te lo debías haber supuesto, comunistón de UPyD; espero encontrar alguna referencia a Tribecca en fturos posts.

IVAN REGUERA dijo...

Especies: Por dentro de la home de un ciudadano forrado de Brooklyn seguro.

Dani: Estuve en Tribeca, de Canal Street hasta Park Place. La sede del festi es cutrilla, pero con alma. Por cierto, ¿sabes a quién me encontré caminando cerca de mi hotel? A Paco Plaza.

IVAN REGUERA dijo...

Por cierto, Dani, no sabía yo que parte de Los cazafantasmas se rodó en una estación de bomberos de TriBeCa.

Awake at last dijo...

Moustache, como no termines la historia te mato.

XD

Mks.

lys dijo...

Jejejee!! parece una crónica cabreada!!

Yo lo visité en verano y por lo menos me ahorré el frío,pero no creas, el calor que hizo mataba a los chinches.

Todo lo que dices es casi la misma impresión que me lleve yo,lo que ayudó es que estuve arropada por una neoyorquina de lo más real y que se conocía unos tiendas muy guays para ir de trapitos jijijiji!!

Es cierto, tienes razón para la acidez con que escribes, es la capital del lujo por el lujo. Una aberración, pero si le das la oportunidad te conquista. Nos guste o no, es grande en todo.
En lo negativo también.

Saludos.

Anónimo dijo...

A pesar de, o quizas por, lo que cuentas... tengo cada vez mas ganas de ir a NY.

Electroduende dijo...

Pregunta: ¿Ha merecido la pena?

IVAN REGUERA dijo...

Bosco: Ha merecido la pena, desde luego, pero soy incapaz de escribir una estampita complaciente y por lo tanto falsa.

IVAN REGUERA dijo...

Awake: Continuará. Lo prometo.

Lys: Es una ciudad con tremenda personalidad y por eso la amas y la odias con pasión.

Gabacho: Creo que te gustará cuando la conozcas.

Anónimo dijo...

¿Hello?
Espero que no te hayas olvidado de la Predicadora-star o la abogada-star.
jejejejeje
Leyendo tu crónica parece que no te has descojonado de la risa por las calles de NY, menos mal que estoy aquí para contradecirlo...
Jajajajaja

IVAN REGUERA dijo...

Natxoman: Todo a su tiempo, el viaje da para mucho. Para los que no saben de lo que habla mi brother, diré que había una periodista-justiciera de sucesos en la tele que decía '¿Hello?' a todo colaborador que veía descentrado. Era como una mezcla de Ana Rosa, Mari Tere, Laura y el juez Dredd con la que nos mondábamos. Y sí, nos partimos de risa en muchas ocasiones.

Leo dijo...

A ver si va a ser cierto eso de "No hay marcha en NY" que ¿cantaron? en su día Mecano. Porque tal y como lo pones tú y otros colegas míos que también han rondado por alli, aquello es como Londres pero a lo bruto. Y a mí Londres me pareció una mierda de tres pares, así que... xD

IVAN REGUERA dijo...

Leo: Ya somos dos. Londres es otra ciudad anglo que a parte de tristona, aburre a las vacas.

Y como lea esto Frid me va a dar pal pelo.