Por fin me hice con la novela que hizo de Amélie Nothomb una revelación literaria: ‘Estupor y temblores’, publicada en 1999, cuando ella tenía 32 años. La novela ganó el Gran Premio de la Academia Francesa y el Premio Internet, otorgado por los lectores internautas.
Fue mi hermano quien me introdujo en la Nothomb y fue con la tronchante pero a al vez profunda ‘Biografía del hambre’. Es esa la virtud de la Nothomb: combinar biografía, humor descacharrante y metafísica comprensible. Y el resultado es brillante. No genial, pero sí muy brillante. Tras esta novela me fascinó ‘Metafísica de los tubos’ y me decepcionó mucho ‘Diario de golondrina’.
En ‘Estupor y temblores’, Amélie, nacida en Kobe (Japón), nos muestra su trabajo en una empresa multinacional japonesa. Rodeada de auténticos miserables (la imagen de Japón y en especial de la mujer japonesa es demoledora y muy valiente), “Amélie San” sobrevive como tantos trabajadores de jornada esclavista y trabajo alienante: hibernando.
“No existían tantas diferencias entre el trabajo de monje amanuense, en la edad media, y el mío: pasaba días enteros copiando letras y cifras. Mi cerebro no había estado tan poco solicitado en toda su vida, y descubría una extraordinaria tranquilidad. Aquello era el zen de los libros de cuentas. Me sorprendía pensando que no habría tenido ningún inconveniente en dedicar cuarenta años de mi existencia a aquel voluptuoso embrutecimiento. (…) Mi espíritu no pertenecía a la raza de los conquistadores, sino a la especie de las vacas que pacen en las praderas de las facturas esperando la llegada del tren de gracia. ¡Qué orgullo era vivir sin orgullo y sin inteligencia! Hibernaba”.
La respuesta de la Nothomb a aquel trabajo donde se asesinaba la dignidad, y no digamos la creatividad, era el deleite estético y el cachondeo ante todos los enfermos mentales que le rodeaban. Recuerdo haberme sentido así en mi etapa de teleoperador. Las miserias de la pirámide del poder, los trepas, las trampas, las envidias, las amenazas, los chantajes, el puteo generalizado, la deshumanización, la resignación.
En su empresa se premiaba ser impecable, intachable, irreprochable. Ante eso, “Amélie San” se descojonó viva, vaciló, jugó y se negó a aceptar lo inaceptable, lo que está fuera de su condición de fabuladora. “Ser irreprochable sólo te reportará el ser irreprochable, lo que no constituye ni un orgullo ni mucho menos una fuente de placer". Y si hay una marca de autor en la Nothomb es eso, el placer y sus diferentes manifestaciones.
Y a pesar de todo, el tren de gracia llegó. Ella tuvo esa suerte. El 14 de enero de 1991 empezó a escribir un manuscrito titulado ‘Higiene del asesino’. El año siguiente se publicó su primera novela.
Hay una Amélie que conozco, que sufre por pacer en las praderas de las facturas. A ella va dedicado este texto.
Escrito la tarde del domingo 28 de septiembre de 2008.
viernes, octubre 10, 2008
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1 comentario:
sonrío...seguiremos comiendo de esas aceitunas que están pegadas a estupor y temblores para que nunca nos abandonen los sueños por las noches.
Gracias querido amigo
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