martes, junio 17, 2008

EL NIÑO AGUA

Yo no soy nada sin el agua, ya lo saben los que siguen este blog. Hay incluso quien me llama el ‘niño agua’ porque no puedo vivir sin ella. Aprendí a nadar pronto gracias a mi padre y unos manguitos regalo de mi abuela. Lo hice, siempre lo recordaré, en la playa de San Martín, en Santoña, off course. La amiga Amélie Nothom describe una experiencia similar en su libro ‘Metafísica de los tubos’: “Emití un grito de placer y éxtasis. Majestuosa como Saturno, con mi flotador por anillo, permanecí en al agua durante horas. Tuvieron que sacarme a la fuerza”.

A mí me pasó exactamente lo mismo. Cuando un día de aquellos eternos veranos pude abandonar los manguitos, no me podría creer la increíble sensación que me embargaba. Enseguida bracee y empecé a meter la cabeza debajo del agua, saboreando el salitre. Bucear era algo alucinante, pisar el fondo con mis pequeños pies una experiencia única, escuchar, sumergido, los motores de los barcos era flipante, sacar la cabeza hacia la superficie desde el fondo de aquella bahía algo que quería experimentar una y otra vez, hasta la extenuación. Lo demás me parecía ridículo y aburridísmo.

Y el ‘niño agua’ empezó a preocupar a sus padres. Pasaba de la arena, no leía, no le gustaba el deporte y se pasaba todo el santo día en el agua. O nadando o jugando con las olas. Y lo mismo ocurría en casa, cuando había que sacarlo con escalpelos de la bañera donde flotaba una barzaca de los Famobil.

Un día aquel ‘niño agua’ desapareció por un proceso natural: se había convertido en un adolescente gordito al que le avergonzaba enseñar sus michelines en la orilla playera. No podía soportar ver la lozanía de otros cuerpos y observar el suyo, tan equivocado.

No duró demasiado aquella mutación y enseguida regresé como ‘hombre agua’ y en una barbacoa playera descubrí algo que no había vivido aun. Un poco cargadito de cervezas calentorras, me desnudé y me tiré al mar. Y entonces empezó a llover, una tormenta de verano cayó sobre mí, solo en aquella inmensidad natural. Sentir la fusión del agua de la tierra y la del cielo fue uno de los momentos en los que más vivo me he sentido en mi corta vida.

La amiga Amélie Nothom describe también la misma sensación en su libro: “El mundo caía sobre mi cuerpo entero. Abría la boca para tragarme la cascada, no rechazaba ni una sola gota de lo que la lluvia me ofrecía. El universo era generosidad y yo tenía la sed suficiente para beberme hasta el último sorbo. El agua encima de mí, el agua debajo de mí, el agua dentro de mí: yo era el agua. (…) Mi cuerpo anfibio rebosaba de satisfacción. Debía de ser el único. (…) El estruendo del trueno en la montaña era el ruido más hermoso del mundo”.

A mí me pasó exactamente lo mismo.

Fotos: Mi bañera madrileña y la piedra donde hacíamos las barbacoas, en la playa de Berria.

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10 comentarios:

Otis Driftwood dijo...

Pedazo de entrada, Reguera. Entran ganas de salir pitando a la playa más cercana...

IVAN REGUERA dijo...

Thanks Mr Driftwood. Yo a partir del mes que viene espero encontrame algo que no será tan grande como aquel día, pero al menos parecido.

IVAN REGUERA dijo...

La cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar.

-Karen Blixen-

Anónimo dijo...

No es por fastidiar a nadie, pero salir del trabajo, coger el coche, aparcarlo, bajar por un acantilado y darte un baño, solo, aun en pleno verano -en pelotas si quieres-, es un placer que no recogen las estadísticas sobre calidad de vida.
Cuando viví varios años en Madrid, es lo que echaba de menos; suele pasar a quien se crió junto al mar. Porque bañarse en un río o en una piscina es agradable, pero no es lo mismo. Debe de ser por la mayor abundancia de los iones negativos ésos que tanto bien nos hacen, por lo que no serán tan negativos, digo yo.
Aunque apenas intervenga por falta de tiempo, os sigo leyendo, a veces con retraso. Lo mismo con los blogs de Israel y de Marta. Saludos.

fridwulfa dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
fridwulfa dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

Si eso significa la mar para ti, que la ves a menudo, imagítnate lo que será para mí, que he vivido siempre en Madrid, el centro de la península y las actividades al aire libre a las que me dedico suelen ser en lugares que en verano se convierten en auténticos secarrales y... aquí no hay playa.

No obstante, cuando he visitado la costa, he sido siempre muy anfibio. Cuando descubrí lo que se puede ver con gafas de bucear llevando un tubo me preguntaba qué hacía la gente pasando tantas horas en la playa cuando lo interesante está debajo del agua. Tampoco entendía bien por qué por la noche se metía la gente en oscuras discotecas, con lo agradable que resultaba a esas horas la brisa marina.

Cierta vez en la playa de Noja, que conocerás, me sorprendió la lluvia mientras nadaba y, puesto que hacía viento y me quedaba helado si salía, permanecí en el agua hasta que la lluvia cesó. Después de todo descendemos de animales marinos que decidieron salir del agua hace unos millones de años.

Un saludo.

ROSA ALIAGA dijo...

yo no conocí el mar hasta los 10 años. Pensaba que era algo de la tele. La primera vez que me bañé en el mar fue uno de los momentos más increíbles de mi vida. Pensé: soy como los de la tele.
Es precioso lo que has escrito hoy.

IVAN REGUERA dijo...

Wallander: Qué suerte, coño. Yo espero no ser idiota y poder irme a vivir a Cantabria cuando sea madurito y esté cansado de la ciudad.

O eso, o seguir en Madrid (que me gusta mucho) y tener algún día 3 MESES de vacaciones, como el cabrón de Javier Krahe.


Fridwulfa sets mode correctora toca-pelotas on: Gracias por la corrección. Y de colleja nada.

Cacaseno: La playa de Noja está bien pero en verano hay demasiado hortera local y de Bilbao.

Trilce: "Soy como los de la tele".
Me parto con tus historias.

Leo dijo...

A mí el agua me da mucho miedo, aunque lo más curioso es que sé nadar bien. Y como Iván, aprendí pronto en una escuela de natación local, aunque para vencer mi miedo a las profundidades tuve que convencer a la monitora para que, la primera vez que me tiré a la zona más profunda de la piscina, ella se fuese conmigo al agua ;-). Lástima no haber tenido unos añitos más que si no... :p.