jueves, febrero 11, 2010

No lo seas

Hernán, amigo íntimo de una de las muchas hermanas de mi padre, trabajaba en la tele. Yo acababa de salir de la Escuela de Cine sin un corto famoso, sin padrinos en la industria, sin una herencia que gastar, sin una beca y sin ganas de mendigar un trabajo de mierda en productoras de mierda. Mi padre me decía: “Llamaremos a Hernán”. Pero no lo decía como los amos. Cuando ellos llaman a un Hernán, a SU Hernán, significa un puestazo seguro para su heredero. Sin preguntas. A esos ni se les interroga, ni se les ignora, ni son invisibles. Cuando mi pobre padre decía “Llamaremos a Hernán”, significaba “Ojalá este buen hombre ayude a este hijo mío que ha escogido un camino tan extravagante para ganarse la vida”.

Hernán, veterano progre, buena gente, sesentón, fumador, bebedor, me recibió amablemente rematando una rubia en el garito ‘Reino del arte’, de Malasaña. Me iba a ofrecer un trabajito. No era la de dios, pero era una manera de empezar con cierta solidez en el “audiovisual”. Puesto: tercer ayudante de dirección. Programa: gala homenaje a Menudito del Camino, popular cómico que se había hecho famoso por sus atentados terroristas contra la lengua castellana, algo que el país aplaudió histéricamente durante unos años. Después todos se olvidaron de Menudito.

Ya en el tajo, no hubo necesidad de protección por parte de Hernán, aunque enseguida se supo por qué jefazo estaba yo enchufado. En eso siempre fui de cara y me costó alguna mirada de suficiencia. A pesar de alguna cagada aislada, fui diligente como para que me respetasen.

En el homenaje a Menudito pasaron por caja nuevos cómicos de nula gracia y viejas glorias acabadas que habían memorizado guiones absurdos, textos malos de cojones, chistes de mierda aplaudidos por figurantes zombies que pasaban, como todos, por caja. Las jornadas fueron agotadoras y allí aprendí. Un oficio, una tarea mecánica, a poner buena cara, contentar, servir, esperar, aburrirme. El “audiovisual”. Aprendí.

El último día de grabación, se montó un pijocatering para el equipo. Menudito también pasó por caja y agradeció nuestras atenciones con una ristra interminable de chistes interminables que aderezamos con cigarros legales e ilegales, cubatas y gintonics. Hernán le daba, como yo, a la ginebra. Acomodando mis codos con los suyos en una barra desmontable, le agradecí sinceramente aquella oportunidad. Serio, aunque no solemne, me soltó:

- Bueno, ahora en serio, ¿qué te ha parecido todo esto?
- Pues un curro.


Silencio. Lingotazo. Calada.

- Iván, hago esto porque soy un cínico. Por lo poco que te conozco, creo que tú aún no lo eres. No lo seas.
- Podría.
- No. He trabajado en los primeros cortos y pelis de Fernando Tuerza, Martínez Lazarillo, en la Moviola Madrileña… Viví todo aquello y llegué a pensar que podría vivir del cine, de ESE cine. Siempre. Y hoy vivo de… esto. Por eso te digo que soy un cínico. No lo seas.


Ha pasado casi una década de aquella conversación de barra, que dio para mucho más. Pienso en el día en que yo, ante un chaval que llega de nuevas, sea el que pregunte. “¿Qué te ha parecido todo esto?”. Y no, no va por ahí el final de este recuerdo. No le diré que soy un cínico.

Escrito el sábado 6 de febrero de 2010. Foto: Frid.

5 comentarios:

dani dijo...

Tu oficio no es para cínicos, Iván, como diría Kapucinsky

IVAN REGUERA dijo...

Dani: Mi oficio oficial y oficioso sí lo es. El sentido, el que no da un duro, no lo es.

Todavía no he leído nada de Kapucinsky y tengo ganas.

dani dijo...

Te recomiendo "Ébano"

Anónimo dijo...

Una pregunta: ¿en que trabajas, Ivan?. Porque no me parece que te guste mucho....
Saludos y ánimo.

IVAN REGUERA dijo...

Dani: Gracias. Lo leeré.

Anónimo: No estoy enamorado de mi trabajo, no, pero tampoco es malo. ¿Qué más da el trabajo? Como dijo Woody Allen, el trabajo es una invasión de nuestra privacidad.