
Un ejemplo carroñero del mundo editorial es la publicación de un libro que su autor no pudo o no quiso acabar. Un nuevo episodio de esta práctica infame, de la que no se libraron Mogol o Kafka (que pidió a Max Brod que quemara todos sus papeles), ha sucedido con Nabokov. Paradójicamente, el escritor declaró en su día que le alegró que Brod no cumpliera su palabra.
Los apuntes para la novela ‘El original de Laura’, guardados en una cámara de seguridad suiza, debían ser, por orden de Vladimir, quemados a su muerte. En realidad, Nabokov hablaba de 138 fichas que, como si se tratase de un rompecabezas, quizás transformaría en novela.
Tres décadas han estado guardadas en una caja fuerte. A ellas sólo podían acceder algunos investigadores y bajo la imposición de no reproducir nada de lo leído. Tras este secretismo, no exento de una burda estrategia de marketing, el anciano hijo del escritor ha puesto sus pezuñas en las fichas y las ha convertido en “novela”.
Algunos de los que han leído la “novela” han dicho que al final Nabokov chocheaba y que su descendiente debería haberse ahorrado este lamentable show editorial. Martin Amis, uno de esos lectores, ha sido brutal: “Los escritores mueren dos veces. Una vez, cuando muere su cuerpo. La otra cuando muere su talento”. Moraleja: antes de palmarla, quémalo todo. Y no pretendas, como en el caso de Kurtz en ‘El corazón de las tinieblas’, que lo haga otro por ti.
2 comentarios:
Sin querer insinuar nada, es curioso que mantuviera las fichas en una caja fuerte en lugar de, como tú dices, haberlas quemado.
Eso digo yo: si se hubiese muerto de repente habría entendido que el propio Navokov no hubiese tenido tiempo de quemar personalmente las fichas, en lugar de guardarlas en una caja fuerte durante años. ¿Por qué no dió personalmente la orden antes de morirse?
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