Texto actualizado.
Shoah se estrenó discretamente en 1985. Once años de trabajo de su director, el ya octogenario Claude Lanzmann. En España es un gran desconocido: estuvo dos días en un cine comercial en Madrid y sin traducción en castellano. También ha sido emitido en dos ocasiones por La 2 y de madrugada, of course. Ahora, por fin, llega la edición en DVD (Filmax) de esta monumental obra que debería considerarse patrimonio de la humanidad.
Shoah, del que Spielberg hizo buen acopio de ideas para su inolvidable La lista de Schindler, se basa en una serie de entrevistas con víctimas y verdugos del Holocausto en los campos de exterminio. Lo que más llama la atención de Shoah es que hay una frase repetida en la boca de muchos de los supervivientes y testigos del genocidio más grande de la historia moderna. La frase es: “Se acostumbra uno”. Se acostumbra a estar ordeñando sus vacas mientras, al otro lado de la alambrada, se escuchan gritos de horror y muerte, se acostumbra uno a conducir un tren cargado de judíos que en breves horas van a ser borrados del mapa con la ayuda del gas.
Otra de las contundentes revelaciones de Shoah es que logra tirar por tierra el lugar común de los nazis como únicos responsables de semejante atrocidad. Los bestiales ucranianos ayudaron en el exterminio y los miserables civiles polacos se reían de los judíos cuando los veían pasar en los trenes de la muerte. También los campesinos polacos les hacían el gesto del degollado (material usado en La lista de Schindler) cuando los judíos les preguntaban, desde las ventanillas de los vagones, dónde estaban. Parte de Europa calló, por miedo o por antisemitismo. Se acostumbró a que en Berlín desapareciesen todos los judíos o que en el Auschwitz anterior a la “Solución final”, los judíos que habitaban ese pueblo fuesen el 80% de la población.
Entre los testimonios de los judíos que se salvaron (en general por se jóvenes y fuertes o por suerte), destaca la obligación de las alimañas nazis a no llamar “personas” o “víctimas” a los cuerpos que estaban amontonados en fosas comunes y tenían que ser quemados con la ayuda de sus propios compañeros. Las llamas, dice otro de los entrevistados, eran tan grandes que la noche parecía día y los colores de las llamas de los primeros hornos improvisados tenían una gama cromática inimaginable.
Otro sorprendente hallazgo es descubrir que parte de los judíos extranjeros (no polacos o alemanes), eran tratados con normalidad y hasta viajaban en vagones de pasajeros jugando a las cartas y con flores en sus ventanas. Según cuenta uno de los testigos, uno de estos judíos llegó incluso a salir del vagón para comprar algo en un bar y al darse cuenta de que el tren se iba sin él, corrió confiado a reunirse otra vez con los suyos.
Este grandioso trabajo de Lanzmann llama la atención por su desnudez estética. No se ven imágenes del horror, no recurre al archivo fotográfico o cinematográfico, todo lo que vemos es gente mayor recordando lo sucedido y preciosos y verdes campos de la Europa del Este donde, aunque parezca mentira, un día se construyó el infierno.
La última vez que vi, en la tele, las más de nueve horas de Shoah, con un nudo en la garganta, recordé un capítulo de mi infancia. En la biblioteca de casa había un libro que mi padre se cuidaba mucho de guardar en los estantes más altos. Un día me hice con él. Se trataba de ‘Los horrores de Treblinka’, volumen de gruesa pasta roja y con fotos ilustrativas de lo que allí sucedió. Y ese día dejé de ser tan niño. Creo también que cuando se conocieron los horrores nazis el hombre dejó de ser tan hombre.
viernes, noviembre 20, 2009
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4 comentarios:
Hombre, podrá ser una puta obra maestra pero tío: NUEVE horas de paisajes verdes y viejos cascados contando batallitas (y qué batallitas) como que al final se hace un poco excesivo. No me extraña que no se exhibiera apenas en cines, porque eso no hay dios que lo estrene ni dios que lo vea, ni de un tirón ni a trozos.
Que de claro que no discuto el valor incalculable del material recogido en la cinta, pero precisamente su mayor defecto es algo que tú mismo citas en el texto: que, por exceso de material y testimonios "se acostumbra uno" a lo que está viendo y oyendo, y esos testimonios acaban por perder su fuerza y su desgarro. O al menos buena parte de ella.
Si se trata de aleccionar mediante el cine a las nuevas generaciones sobre lo que fue el Holocausto, sigo pensando que los mejores ejemplos son La lista de Schidler y, sobre todo, El Pianista, que yo siempre he considerado por momentos mejor y mucho menos maniquéa.
Leo: No comparto lo que dices. Spielberg alecciona, este documental no. Sólo muestra. Y de qué manera.
Yo entiendo "Shoah" como fuente histórica más que como película. Y como tal debe ser conocida y difundida. Dicho esto, y en honor a la verdad, yo no he sido capaz de ver más que la historia del peluquero que se encontraba con gente de su pueblo, y esa ya me dejó K.O. unos días. Tal vez se podría emitir en La 2 una historia a la semana, por ejemplo.
Mks.
Awake: Esa es la historia más demoledora de todas.
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