Vivimos tiempos en los que lo masivo (lo diseñado por y para el mercado) está en crisis y lo personal vive un alucinante apogeo. Las posibilidades técnicas para que un conocido coleccione gratis melodías, fotos o fotogramas, grabe un disco, ruede y monte un corto o un documental, para que publique una novela, un poemario o un cómic mientras se paga el alquiler con su curro se han multiplicado.
La “culpa” no es sólo de la tecnología. Internet es sólo una pieza más dentro de un ingobernable movimiento global en el que el consumidor ya no se deja llevar fácilmente por estímulos de mercado. Y elige entre múltiples ventanas para su evasión y su creación privada, ventanas que se escapan del control de las industrias de la evasión, industrias que intentan “democratizarse” mientras esperan medidas represivas de sus amigos en el gobierno. Paralelamente, el mercado de la evasión empieza a concentrarse porque no puede asumir los costes pasados. Necesita cerrar caja y no salen las cuentas.
Antes era obligado que alguien que quisiese ser actor, músico, pintor, escritor o cineasta aspirase únicamente al mercado para existir, para ser conocido. Ahora tiene miles de pequeñas herramientas y esa aspiración ha cambiado. Y traerá dos consecuencias. Una: el mercado va a quedar sumido en la incertidumbre ante un futuro que no sabe predecir. Dos: el viejo creador, feo palabro, va a quedar desconcertado ante un futuro lleno de precariedad en los tratos comerciales, ya caducos.
El director de cine Manuel Gutiérrez Aragón, quien fuera uno de mis profesores en la Escuela de Cine, acaba de publicar su primera novela y ha escrito lo siguiente al respecto: “Me preocupa mucho el para quién. Cuando hacía películas decididamente minoritarias tenían un destinatario. Ahora el destinatario puede ser incluso mayor en número, pero yo siento un vacío. No sé para quién lo hago. Antes queríamos que la cultura fuera mayoritaria, ahora estamos necesitamos de una cura minoritaria. Parece paradójico, pero yo siento la necesidad de que la cultura vuelva a ser elitista, escogida, porque lo otro, este desparrame mediático, no sólo ha servido para empobrecer la cultura, sino también a los consumidores de la cultura”.
El sincero testimonio de Aragón es una muestra de lo anteriormente escrito. Él llama “lo otro” a esa desfasada industria de la evasión que se paraliza y de la que participó, con la que se lucró. Y todo este desconcierto suyo y de sus colegas no significa el fin de la cultura, como proclaman algunos interesados. Es el fin de un régimen.
Escrito el sábado 19 de diciembre de 2009.
lunes, diciembre 21, 2009
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