lunes, mayo 30, 2005

Al tercer rollo resucitó




Aviso para navegantes: Voy a descubrir la historia de Star Wars III. El que no la haya visto aun y quiera disfrutarla, que deje de leer INMEDIATAMENTE.

Por mi edad, pertenezco a una generación que ha crecido con la fantasía lucasiana en los cines. La primera vez que pensé que esto del cine era la de Dios fue a la salida de El imperio contraataca en una sala de un oscuro e industrial Bilbao sin Guggenheim. Ya no estoy para esas catarsis, pero, al memos, hay que reconocer a George Lucas su legado y una capacidad para la mitología fantástica que se había puesto en duda últimamente.

Star Wars III empieza mal, su primera media hora es un interminable, saturado videojuego en el que sólo falta que te alquilen una Play a la entrada del cine. El arranque es aburrido aunque aparentemente pasen muchas cosas: innecesarias volteretas de los personajes, una vistosa guerra naval (de naves y de barcos, porque se inspira claramente en esos films marinos), robotitos por todas partes, explosiones y esos diálogos tipo: “¡Dios mío, los tengo detrás! ¡Booooom!”.

Nada nuevo ni hoy ni en los setenta, cuando Lucas fusiló con suma inteligencia las pelis de aviones de la primera y segunda guerra mundial, las de vaqueros, las de piratas y las de de samuráis.
En la primera hora de esta Star Wars crees que estás metido en el pozo de La Amenaza fantasma, película torpe a pesar de la magnífica carrera de cuadrigas. Perdón, de vainas.

El nuevo villano (el general Grievous) es muy lamentable, todo ordenador y nada aterrador como creo que pretendía Lucas. En realidad, da más risa que miedo. El momento en el que lucha con cuatro espadas láser con Ovi-Wan (que en esta parte del film monta a ¡una iguana gigante!) pertenece más a La loca historia de las galaxias (Mel Brooks) que a Star Wars.

Igualmente torpe y horrorosa es la relación entre Anakin y Amidala, un personaje florero que está a leguas de la de la I y la II y a años luz de la decidida e irónica Leia. Los diálogos amorosos son sencillamente horrendos, como de pena son también las pésimas escenas que muestran las pesadillas que tiene Anakin.

Justo a mitad de la película, eso sí, surge el milagro. El film resucita cuando Palpatine se transforma en el emperador por todos conocido y empuja a Anakin al lado oscuro de la fuerza. Desde este instante, la película cobra enjundia, madurez y una oscuridad irreconocible en las otras nuevas entregas.

A partir de este momento, se acumulan -demasiado precipitadamente- los instantes realmente cinematográficos: El bautismo de Vader, la muerte de los niños inocentes, el asesino Plan 66, el duelo entre Yoda y el Emperador, el duelo entre Vader y Ovi-Wan, la mutilación de Vader y su transformación en un quirófano, la muerte de Amidala, el nacimiento de Luke y Leia, la creación de la Estrella de la muerte y la adopción de los bebés por sus nuevas familias aguardando una nueva esperanza, es decir: Star Wars IV.

Aunque Lucas y su gente se han esforzado en hacer un puente estético entre la película de los setenta y esta (fidelidad al traje retro de Vader, recuperación de naves y trajes militares originales, el corredor blanco de la nave Tantote IV…), no logran esa transición por un error de facto: las nuevas entregas han sido demasiado barrocas y digitales, sin la magia tradicional de las primeras y muy superiores entregas. ¡Cronológicamente, no pueden ser más avanzadas en tecnología las precuelas!

Otra tara confirmada en Lucas es su casi nula dirección de actores, aunque también es cierto que a saber quién es el guapo que defiende ciertos diálogos… Sólo hay que ver el mecánico trabajo de Portman, el exagerado griterío de McDiarmid (Palpatine) y sobre todo el inexpresivo trabajo de McGregor, que ni se inmuta ante dos momentos clave: el holograma del asesinato de los niños y un Vader sin piernas y achicharrado.

Como curiosidad, merece la pena detenerse en el acento político de esta entrega final. El poder totalitario y personal del imperio frente a la democrática república y las diferencias filosóficas e ideológicas entre un Yedi y un Sith son un sutil guiño a lo que en los setenta supuso la era Nixon y lo que hoy en día supone la era Bush.

Reconozco que cuando llegó el último fundido en negro y entró la partitura de cierre de John William, me entró morriña al saber acabado todo. Igual les pudo ocurrir a los hacedores de esta irregular saga cuando en el plató 8 de los estudios Elstree (donde nació todo en 1976) Lucas dijo “corten” y todos supieron que ese plano sería el último.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Aún tengo en las retinas algunas secuencias del Episodio III (fuí ancohe a verla) y tu post me ha venido de lujo.

No puedo estar más de acuerdo con todo lo que comentas. Me gustaría incidir en 2 detalles: La temática política (no podía evitar ponerles caras y partidos a algunos personajes y sus frases lapidarias) y la leyenda que ya es no sólo Darth Vader, sino su estética. Que alguien me diga si me equivoco, pero Vader es el único personaje en la historia del cine que ha sobrevivido sin un sólo cambio a una secuela o remake casi 30 años después de su creación. No lo ha conseguido ni Batman, ni Superman ni ningún Villano, y el traje y casco de Darth Vader son ya un puto mito inmortal. Vemos cómo los originales soldados imperiales (los clones que se hacen malotes tras la ejecución del Plan 66) se han "retro-modernizado", incluso los trajes Jedi han cambiado de tejidos y corte pero el cabronazo de Vader es inmutable. Eso confirma que es el malo del cine con más carisma.

IVAN REGUERA dijo...

Lucas, con sus diseñadores, logró una mitología que es parte de la cultura popular, y digo popular en el mejor sentido de la palabra. Una pena que ya no sea capaz de escribir peliculones como El imperio contraataca.