miércoles, septiembre 10, 2008

ALEGRÍA EN LOS OJOS

¿Qué hacían los buenos escritores? ¿Cómo empezaron? ¿Cuándo y por qué dijeron ahora o nunca? ¿Cuándo prendió en ellos la llama y no paró hasta su muerte, en la mayoría de los casos? A menudo me hago estas preguntas, pero son tan absurdas como leer biografías de los grandes para que te ayuden a escribir.

Hoy no les voy a hablar de lecciones de grandes literatos, sino de todo lo contrario. Paulo Coelho es uno de esos peligrosos cantamañanas que llenan estanterías, abarrotan ferias, cuyos libros devoran unos cuantos pasajeros del metro.

El pasado fin de semana, el amigo Coelho tuvo los santos huevos de publicar un artículo titulado ‘El acto de escribir’. En él, y con su cháchara minimalista habitual, nos regalaba, caritativo él, sus “reflexiones sobre algunos elementos importantes en el proceso de creación de un texto”. Intrigado por lo que vomitaría el gurú de la nada, me dispuse a leer en mi bañera. Decía Coelho que el que escribe debe fijarse en las “personas que transforman el mundo, y que, después de muchos errores, logran algún acierto que revoluciona para bien la vida de su comunidad”.

Es decir: el objetivo de escribir es cambiar el mundo y a tu comunidad, como si en vez de narrar, debieras inventar la penicilina. Coelho no nos anima a interiorizar, a ser valientes explorándonos o potenciando nuestra imaginación, sino a hacer un vulgar trato con nuestra “comunidad”, sea lo que eso sea. Nos anima Coelho a encontrar un “valor” curativo, chamanismo en nuestras frases, que es lo más lejano a la auténtica literatura.

No satisfecho con eso, este enredador continúa escupiendo su poesía barata: “Únete a los que nunca dijeron: ‘Hasta aquí he llegado, no puedo seguir’. Porque de la misma manera que al invierno le sigue la primavera, nada puede parar”. Estamos, amigos, ante un tordo del tamaño de Cuenca, diez párrafos de artículo de mierda que no significan absolutamente nada. Como todo lo que ha escrito Coelho.

Remata el escritor-nigromante con un salmo a la “felicidad” al más puro estilo libro de autoayuda: “Únete a los que cantan, cuentan historias, disfrutan de la vida, y tienen alegría en los ojos. Porque la alegría es contagiosa”. Aquí ya me entró la risa. ¿Alegría en los ojos? ¿Desde cuándo se ha sacado algo de “los que disfrutan de la vida”? Miren, no sé si la alegría es contagiosa, pero la estupidez sí. Y se propaga en los suplementos dominicales.

Escrito la noche del 7 de septiembre de 2008.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Paulo Coelho, vaya pavo; a éste le oí decir por la tele, que si por él fuera tendría una novela de 1000 páginas cada año, pero como, claro, escribir es un acto de profundización consigo mismo, pues por eso. O sea, que el tipo, además de ser un plasta es un pedante de tres pares de cojones.

IVAN REGUERA dijo...

Dani: Joder, qué amenaza, eso sí que sería un arma de destrucción masiva.

Awake at last dijo...

La pregunta es, ¿por qué te llevaste a semejante pestiño a tu sacrosanta bañera, rei? Ahora está contaminada de buenrollismo pa' los restos, XDDD

Mks.

Anónimo dijo...

No sé si se podrá sacar algo de los que disfrutan de la vida, pero desde luego tampoco he sacado nada de quejicas amargados.

IVAN REGUERA dijo...

Awake: Jamía, es que tras leer al Reverte, vi el titular del Coelho y me dije: "A ver qué cuenta este mamarracho". Pero vamos, que mi sacrosanta sigue impoluta...

Javi: ¿Cómo deduces que soy un amargado?

Anónimo dijo...

De la mala sangre que te haces leyendo tanto suplemento dominical.

Anónimo dijo...

El discípulo preguntó al maestro tibetano:

- Maestro: ¿cómo encontrar el camino de la sabiduría?

- Sigue los pasos del saltamontes crisol... – Respondió el maestro.

Tras unos segundos de reflexión, el discípulo arrojó un extintor sobre la cabeza del maestro y se convirtió en un sabio agente de bolsa.

Jeff